lunes, 28 de abril de 2014

Robert E. Peary: el explorador que nunca llegó al Polo Norte

A comienzos del presente siglo existía una enorme expectación, en todo el mundo, en torno al inminente llegada al Polo Norte de algún explorador temerario.

Los hombres amantes de la aventura se habían ido aproximando gradualmente a ese punto situado a escasos cien kilómetros del polo geográfico. Cada año lograba alguien alcanzar un punto más septentrional, una vez rebasado el Círculo Polar Ártico, línea imaginaria que pasa por Alaska, Islandia, el norte de Escandinavia y Siberia. Se especulaba en los centros científicos acerca de cuándo sucedería la proeza.

La conquista del Polo Norte

Y fue entonces cuando se extendió por todas partes la noticia de que un estadounidense Robert E. Peary afirmaba haber llegado al Polo Norte, el 6 de abril de 1909. Pero las polémicas surgieron desde el principio: un hombre, también estadounidense, apareció entonces para negar la hazaña de Peary: Declaró que a él tendrían que reconocerle el gran mérito de haber llegado antes que nadie a la meta.

El fraude de Frederick A.Cook 

Su nombre era Frederick A.Cook. Los expertos dudaron de sus palabras, a pesar de que el individuo había realizado ya importantes exploraciones muy al norte, más allá del Círculo Polar Ártico. Consideraron que no aportaba a su reclamación pruebas suficientes que demostrasen el haber llegado antes que nadie al Polo Norte.

Cook  murió algún tiempo después en la cárcel, cuando purgaba una condena por fraude cometido en los servicios postales. Con su salida de la escena se acabaron las discusiones entre sus partidarios, que eran muchos, y los de su rival, que eran más y muy influyentes en la política.

Las amistades influyentes de Peary 

Entre los grandes amigos de Peary se contaba la 'National Geographic Society', que había patrocinado su expedición, y en vista de que no terminaban las discusiones, la sociedad pidió al explorador polar británico Wally Herbert que organizara un viaje para ir en busca de información y tratase de reproducir los pasos dados por el héroe en su expedición. Debía averiguar si se había cometido algún error. La gente comenzaba a dudar de Peary.

La investigación de Wally Herbert

El informe presentado por Herbert a la sociedad geográfica tardaría algún tiempo en aparecer en su revista. Pero finalmente salió a la luz en septiembre de 1988  causando gran revuelo, coincidiendo con el centenario de la 'National Geographic Society'. Tres años antes, en su libro 'The noose of laurels: the discovery of the north', avanzó lo que se convertiría en una gran controversia. Herbert llega a la sorprendente conclusión que el estadounidense Peary se quedó a unos cien kilómetros del Polo Norte, sin alcanzar el objetivo. 

Contradicciones y errores
 
Dio a conocer numerosas contradicciones y reprodujo en sus anotaciones lo que descubrió al leer el diario y otros documentos de Peary, que se conservaban en el Archivo de la Nación, situado en la capital del país, ricos en errores y contradicciones. Al margen de lo investigado por Herbert, Dennis Rawlins, astrónomo y científico, también dio a conocer sus propias investigaciones en el libro publicado en 1973 'Peary at the North Pole: Fact or fiction?'

¿Por fin el Polo?
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Rawlins aseguraba que Peary jamás realizó observaciones astronómicas para determinar las coordenadas geográficas y la ruta a seguir cuando se desplazaba por la llanura helada y que la observación del Sol cuando, supuestamente, llegó al Polo Norte fue un lamentable fraude. Herbert afirmó, por su parte, que los registros consignados por Peary resultaron asombrosamente faltos de firmeza; que su diario no ofrecía ningún apunte durante las treinta horas que siguieron al momento en que él y sus compañeros aseguraron haber llegado a la meta; que sólo encontró, junto a las páginas en blanco, una sencilla hoja insertada, donde había escrito estas palabras: ¡Por fin, el Polo!

Añadió Herbert algo sumamente extraño: cuando Matthew Henson, compañero de Peary, fue a estrecharle la mano para felicitarle, el explorador miró para otro lado y se cubrió los ojos con ambas manos. Además, nada había escrito en su diario sobre la velocidad del viento, las condiciones meteorológicas y del hielo, o cualquier posición basada en la observación del Sol, de la Luna y las estrellas para determinar las coordenadas geográficas.

Las mentiras de Peary

En consecuencia, Herbert llegó a la conclusión, igual que haría Rawlins poco después, de que Peary se equivocó en cien kilómetros en su objetivo. Peary había afirmado, además, que caminó desde la base hasta el Polo y regresó a ella, en tan sólo ocho días, a pesar de mediar una distancia de 235 kilómetros entre ambos puntos. Realizar una proeza semejante le pareció imposible a Herbert: incluso en la actualidad, cuando se dispone de vehículos apropiados para viajar por el hielo, resulta tal cosa imposible.

Rawlins descubrió algunos documentos que Peary había insistido en mantener ocultos, donde señalaba, de acuerdo con la observación hecha con eí sextante, que cuando alcanzó el punto más septentrional, le faltaban todavía 196 kilómetros para llegar al Polo Norte. No siguió adelante, sino que regresó a la base pretendiendo haber alcanzado la meta. No recorrió aquellos 196 kilómetros por una sencilla razón: era una distancia demasiado larga para recorrerla con escasas provisiones y en unos momentos en que amenazaba mal tiempo.

Un almirante sin serlo

A la muerte de Robert E. Peary, quien se hizo llamar almirante sin serlo, su amigo y admirador Isaiah Brown, geógrafo y presidente de la Universidad Johns Hopkins, además de director de la American Geographical Society, leyó los papeles del explorador, se enteró del fraude cometido y se hizo cómplice del mismo, al dejar ocultos los documentos. En cuanto al hombre de confianza de Peary, que pudo haber confesado la verdad de lo sucedido, es preciso decir lo siguiente: Mattew Henson, quien era de raza negra, sentía un enorme aprecio por su jefe desde que lo acompañó a Nicaragua, como sirviente suyo, en 1885. Peary había viajado a este país centroamericano como ingeniero civil, para ver si era posible construir un canal similar al de Panamá.

Roald Amundsen: el verdadero héroe 

El honor de haber llegado antes que nadie al Polo Norte debería corresponder entonces al noruego Roald Amundsen, quien había sido el primero en navegar por el paso del Noroeste, en 1903, y en circunnavegar el Artico. Fue el primer hombre en llegar al Polo Sur, en 1911 —acerca de su hazaña nunca existió la menor duda—, y murió en mayo de 1928 cuando acudió a rescatar al grupo de exploradores italianos que habían querido alcanzar el Polo abordo del dirigible Italia, patrocinado por el propio Benito Mussolini.

El dirigible se desplomaría sobre el suelo helado, a causa del hielo acumulado, y se desprendió parte de la góndola. Nueve hombres quedaron tendídos en el hielo, que vieron elevarse la nave en cuanto perdió gran parte de su peso, con siete tripulantes abordo. Nunca más se supo de ellos. En cuanto a Amundsen, el hidroavión Latham-47 que acudió en auxilio de los náufragos se estrelló, muriendo todos sus ocupantes, entre ellos el explorador noruego.

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