sábado, 27 de julio de 2013

Armas biológicas y químicas durante la Segunda Guerra Mundial

Entre 1932 y 1945, las fuerzas armadas japonesas atacaron once ciudades chi­nas con agentes tan mortíferos como la toxina botulimica y el ántrax. 

También utili­zaron gérmenes del cólera y la fiebre tifoidea en varias provincias del este y centro de China. Se calcula que más de 200.000 chinos murieron de peste bubónica, cólera, ántrax y otras enfermedades.

La guerra biológica

Desde 1938, un ambicioso programa de guerra biológica, a cuya cabeza estuvo el Teniente general Shiro Ishii, realizó experi­mentos con prisioneros de guerra, entre ellos soldados británicos y estadounidenses, en el Campo de Mukden, en el noreste de China, inicialmente, Ishii mandó una reducida uni­dad secreta, la Tógo, de unos 300 bombres, que, rápidamente, aumentó sus efectivos.

Centros de experimentación con prisioneros

En Beiyine, a unos 70 km de distancia de Harbin, se instaló el primero de los campos experimentales de guerra biológica pero luego les seguirían otras instalaciones, como la de la famosa Unidad 731 de Pingfan, una zona desolada de Manchuria donde se levantaron laboratorios, zonas administrativas, dormito­rios para trabajadores y barracones de prisio­neros que ocuparon una extensión superior a seis kilómetros cuadrados. 

Una historia oculta

Concluida la guerra, el programa había producido y alma­cenado media tonelada de ántrax y diseñado bombas especiales para diseminarlo. La Uni­dad 731 realizó, además, un millar de autopsias de personas, incluyendo mujeres y niños que, previamente, habían sido expuestos a aerosoles diseminadores de ántrax. 

Así, se calcula que al menos 3.000 prisioneros chi­nos murieron a causa de estas pruebas. En 1945, el campo fue destruido, eliminando de esta forma todo vestigio de lo allí ocurrido. 

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