Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano con la Administración Nixon, vivió la extraña coincidencia de ser la personalidad extranjera que se vio por última vez con el presidente Carrero Blanco y la de estar también en Madrid cuando Franco fue hospitalizado por su primera enfermedad.
Kissinger llega a Madrid el 18 de diciembre, justo la fecha prevista por los etarras para hacer saltar por los aires al almirante Carrero. El canciller norteamericano se aloja en la Embajada de los Estados Unidos, a escasos metros de la residencia de Carrero, enfrente de la iglesia de los jesuítas, donde el albacea del franquismo oiría su última misa y también a escasos metros de donde los terroristas ultiman los preparativos del magnicidio.
Conocimiento de la CIA del atentado contra Carrero
Los etarras —según su «confesión» en el libro «Operación Ogro»— suspenden la ejecución del magnicidio para este día por el aumento de vigilancia en la zona, por estar situada la Embajada de los Estados Unidos y alojarse allí tan especial visitante. Pero no cejan en los preparativos. Los rumores posteriores al triple asesinato apuntan al posible conocimiento de la preparación del atentado por parte de la CIA. Pero esto es imposible incluso indagarlo.
Y Kissinger se entrevista con Carrero en la sede de la Presidencia del Gobierno, en Castellana, 3, el día 19. Las cuarenta horas de estancia de Kissinger se concentran, al menos oficialmente, en la aprobación de las líneas generales de la declaración conjunta hispano-norteamericana que acabaría firmándose meses después.
Entrevista de Carrero Blanco con Kissinger
El encuentro entre los dos dirigentes tiene lugar en el mismo despacho que viene ocupando desde hace treinta y tres años y al que llega, el presidente, religiosamente, todos los días a las diez de la mañana para abandonarlo sobre las diez de la noche. Carrero le hace a Kissinger su particular planteamiento de la defensa del mundo occidental.
En un momento de la conversación —a la que asiste Laureano López Rodó como ministro español de Asuntos Exteriores—, Carrero se levanta de su butaca, que está junto al sofá en que permanece sentado su interlocutor, y toma un bloc de notas que tiene sobre su mesa de trabajo. Dibuja un mapa y sobre él explica a Kissinger sus ideas sobre los distintos tipos de guerra que amenazan a Occidente, deteniéndose de manera especial en la «guerra subversiva», que es como llama el almirante a una mezcolanza de terrorismo y la acción política de los enemigos del régimen franquista.
Según relata López Rodó, Carrero le dice entonces a Kissinger que la guerra subversiva es «la más peligrosa y de mayor actualidad. Frente al peligro de guerra nuclear está la superioridad atómica de los Estados Unidos; frente a la guerra convencional, aunque la situación de Occidente es peor, hay, sin embargo, planes defensivos conjuntos. En cambio, no sabemos aunar esfuerzos frente a la acción subversiva, que es la principal arma del comunismo»
El 20 de diciembre, con la salida de Kissinger, la zona del atentado queda policialmente despejada. Las medidas, previas habían sido draconianas y habían afectado hasta la sede de la Presidencia del Gobierno, a donde también habían acudido los poderosos servicios de seguridad norteamericanos.
Un atentado demasiado perfecto
Para la viuda del almirante Carrero, Carmen Pichot, el atentado en el que murió su marido fue «demasiado perfecto». En las primeras declaraciones a un periodista, siete meses después del asesinato, decía: «Perfecto. Demasiado perfecto. Todavía hay gente que se pregunta cómo pudieron prepararlo todo tan bien... Creo que los vecinos de Claudio Coello protestaban por los ruidos... y que algunas personas se habían extrañado de aquellos cables que tendían por la calle...»
Carmen Pichot, en estas declaraciones conseguidas por el periodista Julio Merino para su libro «Los pecados del poder», declaraba también: «Me llamó la atención que no se tomaran medidas en las carreteras, ni en la frontera, ni en los aeropuertos...»
El ministro de la Gobernación, encargado de la seguridad, era Carlos Arias Navarro, quien días después sería nombrado presidente del Gobierno para sustituir a Carrero.
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