miércoles, 21 de agosto de 2013

Adolf Hitler y los orígenes del nazismo esotérico

El esoterismo fue el auténtico amo del pensamiento germánico del III Reich desde mucho antes de sus inicios. Todo empezó allá por el siglo XIX.
 
Cari Gustav Jung dijo: El poder de Hitler no es político, es mágico, y tenía razón. El caso más extraordinario de utilización masiva de conocimientos ocultos en el mundo moderno es el fenómeno de Hitler y el nazismo. Llevó al poder al nacionalsocialismo en Alemania y después dominó Europa, llevado por los designios mágicos del resurgimiento de una nueva raza que quería dominar el mundo. 
 
Entre la filosofía y la religión
 
Se elaboró toda una filosofía, casi una religión, a partir de las tradiciones mágicas de la mitología germánica y de los símbolos esotéricos, para mitificar la raza aria. El factor étnico fue utilizado como catalizador mágico del sentimiento de un pueblo que había sido humillado en la I Guerra Mundial y para motivar de nuevo a todos los germanófilos mediante la estimulación de los sentimientos tribales con objeto de conquistar y dominar al mundo a través de la II Guerra Mundial.
 
La esvástica y su origen
 
Cuando el pequeño Adolf Hitler - nacido el 20 de abril de 1889 -, quería ser sacerdote, acudía a la abadía benedictina de Lambach, en Austria, donde se encontraba esculpida en la madera de los bancos la heterodoxa esvástica cristianizada. La esvástica era un viejo símbolo indoeuro­peo que representaba el movimiento solar con respecto a la Tierra. La había traído el monje fray Théodorích Hagen en un viaje que efectuó por Oriente Medio en 1856. Fray Hagen era espe­cialista en ocultismo.

La supremacía de la raza aria

Un día, llegó a la abadía fray Adolf Joseph Lang, monje cisterciense. Alto, rubio y de ojos azules, correspondía al prototipo perfecto de hombre de la ra­za aria. El monje se encerró varios días en la biblioteca esotérica de la abadía. Buscaba material para reforzar su teo­ría esotérica sobre la supremacía de la raza aria.
 
La Nueva orden del Temple

Fray Lang era un monje heterodoxo que en 1907 se escindió de la Iglesia y fundó en Viena la Orden del Nuevo Temple, de la que se proclamó Gran Maestre templario, como sucesor de Jacques de Molay (el último Gran Maestre de la Orden del Temple, que­mado vivo en París en 1314). La nueva orden Templaría se estableció en el semiderruido castillo de Werfenstein. en las riberas del Danubio, en cuyas alme­nas izó una bandera que tenía grabada la cruz gamada.
 
El florecimiento de las publicaciones esotéricas
 
Al inicio del siglo XX florecieron en Alemania las publicaciones esotéricas. Desde 1905 el peculiar monje publicó un periódico quincenal llamado Oslara, de temática esotérica-nacionalista, y que tenía por logotipo la cruz gamada. Uno de sus suscriptores y asiduo lector era el joven Adolf Hitler.
 
La publica­ción proclamaba frases pronunciadas por el maestro templario fray Adolf Lang: Los únicos seres verdadera­mente humanos son los arios. El res­to no son más que monos. Matizaba la cuestión añadiendo: Los arios son la obra maestra de los dioses y están dotados de poderes mágicos extraor­dinarios a través de sus centros de energía. La conclusión era clara: Sola­mente es cuestión de despertar al hombre ario para recobrar la poten­cia divina y ponerse en acción. Esta fi­losofía fue el caldo de cultivo que im­pactó en el espíritu del adolescente Adolf Hitler.

El Tesoro de los Habsburgo y la Santa Lanza
 
En 1913. cuando el entonces neófito pintor Adolf Hitler intentaba sobrevivir vendiendo acuarelas por las calles de Viena. visitaba las galerías del Museo del Palacio Hofburg donde se encontra­ban el Tesoro de los Habsburgo y la Santa Lanza, con la que un soldado ro­mano atravesó el costado de Jesús cuando estaba expirando en la cruz.

Dicha lanza tenía propiedades mági­cas que otorgaban el don de la clarivi­dencia a su portador y la protección personal de su propietario y de la tribu a la que pertenecía. En el siglo IX esta lanza fue utilizada como talismán por el emperador Carlomagno con la que ga­nó 47 campañas bélicas consecutivas. En el momento que la dejó caer al sue­lo distraídamente, murió.
 
Adolf Hitler y su preciada reliquia

Cuando Hitler vio la lanza en Viena ya estaba muy maltrecha, se había par­tido y vuelto a unir con una vaina de plata. Tenía signos crípticos de oro in­crustados. Ante su presencia, Hitler se sentía embargado de emoción, notaba presencias extrañas que le envolvían, e incluso sufría visiones en las que le de­cían que él era el hombre elegido para tomar la Santa Lanza y dirigir los desti­nos del pueblo ario.
 
Años después, ya convertido en Führer, el 14 de marzo de 1938. Hitler anunció la anexión na­zi de Austria y ordenó que trasladaran la Santa Lanza junto con el resto del Tesoro de los Habsburgo a la ciudad de Núremberg, convertida en centro espi­ritual ario. El 13 de octubre se la lleva­ron en un tren blindado escoltado por miembros de la SS.

En Núremberg, la Santa Lanza fue instalada en el vestíbulo de la Iglesia de Santa Catalina. Cuando en octubre de 1944 los aliados bombardearon Núremberg, la lanza, junto con el resto del tesoro, fue enterrada en una bóveda especialmente construida para ello. La ciudad fue protegida por 22.000 miembros de la SS, 100 panzers y 22 regimientos de artillería que ofrecieron cuatro meses de resistencia.
 
Hitler y Carlomagno: entre el mito y la leyenda
 
El 20 de abril de 1945 (precisamente el día del 56 aniversario de Hitler), el 79 Ejército Norteamericano entró en Núremberg. La Compañía C del 3º Regimiento del Gobierno Militar, al mando del coman­dante William Horn, fue encargada de la misión especial de buscar la Santa Lanza y la totalidad del Tesoro de los Habsburgo. Diez días después, la en­contraron dentro de un bunker.

No es casual que en ese mismo mo­mento. Adolf Hitler, a cientos de kiló­metros de distancia, en su bunker de Berlín, presintiera lo que estaba pasan­do y, al igual que Carlomagno, tomó conciencia de que le había llegado su hora, los dioses le habían abandonado. Hitler, fiel a sus creencias, cogió su pis­tola y se suicidó. ¿ Un fanático de la Magia?
 
La pasión de Hitler por el ocultismo

El mundo de las potencias ocultas apasionaba a Adolf Hitler desde su ju­ventud. Le interesaba profundamente el conocimiento esotérico. Para poten­ciar su fuerza interna no bebía ni fuma­ba, y era vegetariano, siguiendo las normas de la doctrina mística de los Cátaros en la búsqueda de la perfec­ción humana. 

El Dr. Brinsteiner, que trató a Hitler en 1923, cuando éste se en­contraba en la cár­cel por agitador, ya diagnosticó su estado mental: es un ser impulsivo, de reacciones im­previsibles, movi­do por impulsos autosugestivos, que para compen­sar sus taras men­tales se ve obliga­do a buscar fuer­zas de apoyo más creíbles según sean más misteriosas. En resumen, es un paranoico irres­ponsable. De ahí proviene la tendencia de Hitler en unir lo fantástico con lo objetivo, lo real con lo irreal.

La sociedad secreta  de Thule

Otro elemento inspirador para Hitler fue la sociedad secreta de Thule.  Ésta surgió de un viaje que efectuó en 1911 el barón Rudolf von Sebottendorfel por Oriente Medio (Turquía e Irán) en donde contactó con el Maestro del Mundo, «Señor de Thu­le». (En la tradición helénica. Thule es la tierra misteriosa del reino de los hi­perbóreos. Se encuentra más allá del horizonte, más allá de las brumas y de los hielos, donde se halla la cuna de la raza primigenia existente en la Tierra y que guarda el poder espiritual oculto.)

En ésta existía algo muy secreto: la Puerta del Norte, la entrada en la tierra hueca, que era la puerta de entrada a otra dimensión.
 
El nazismo y la magia

La sociedad Thule buscaba la entrada del mundo mágico siguiendo las directrices del «Espejo Mágico» que poseían los az­tecas. En el siglo XVI, Hernán Cortés se lo quitó a la sacerdotisa Papan, herma­na del emperador Moctezuma. Dicho espejo era de un material desconocido, y se utilizaba con fines esotéricos. El «Espejo Mágico» fue a parar a Londres y a Praga.
 
Un objeto de deseo: 'el espejo de Papán'
 
Deseado por reyes y emperadores, perteneció al científico y ocultista John Dee, quien a través del espejo recibió instrucciones para realizar una trascendental empre­sa que llamaría Thule. Con ella debía conquistar «La puerta norte de entrada al mundo de la tierra hueca», situada en Groenlandia. No pudo conseguirlo por­que fue saboteado y perseguido, des­truyeron toda su documentación esoté­rica y quemaron su excepcional biblio­teca. El espejo, misteriosamente, desa­pareció aunque actualmente, el supuesto «Espejo de Papán» se halla expuesto en el British Museum de Londres. 
 
Thule, centro de poder  

En 1912, el barón Von Sebottendorfel creó en Alemania la secta Thule. que se ramificaba en grupúsculos esotéricos, racistas y claramente antisemitas. Sus centros iniciáticos estaban adorna­dos con esvásticas al revés que simbolizan el éxodo de Hiperbórea. La esvástica le­vógira o común  (hacia la derecha) simboliza el retorno a los orígenes. El objetivo eso­térico de Thule era despertar la «kundalini» o «serpiente de fuego» interior, energía que permanece dormida, y que al ser despertada potencia al ser a ex­tremos insospechados.
 
Los nazis más significativos de la sociedad Thule

La filosofía esotérica racial de Thule y sus derivaciones conectó rápidamen­te con la mentalidad y necesidades étni­cas de Hitler y se convirtió en el punto de encuentro de la mayoría de dirigen­tes nazis. Entre ellos se encontraba el economista G. Feder, que acabó siendo absorbido por Hitler y formó parte del cuadro de mandos del partido nazi.
 
Otro de los personajes era el abogado H. Franck. que terminó convirtiéndose en el abogado general de los nazis y posteriormente premiado con el cargo de gobernador general de la Polonia conquistada.
 
Asimismo, Karl Haushofer engrosó la filas del nacionalsocialismo como ge­rente de recaudación de contribuciones y en 1946, tras el suicidio de Hitler, él se suicidó haciéndose el harakiri.
 
Rudolf Hess y Heinrich Himmler, el aprendiz de brujo  
 
Otro de los primeros miembros de la secta fue Rudolf Hess, uno de los hom­bres de máxima confianza del Führer.
 
También pertenecieron a la sociedad secreta Heinrich Himmler, un aprendiz de brujo que se convertiría en el segun­do jefe nazi: Alfred Rosenberg. el que fuera ideólogo del partido, y Dietrích Eckart, que fue precisamente la perso­na que introdujo en la secta al propio Adolf Hitler.

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