Las cuevas de Zugarramurdi se encuentran en las afueras de la villa homónima, cerca de la frontera navarro-francesa, en el valle de Baztán. Es conocida con el nombre de la Catedral del diablo.
Su leyenda tenebrosa arranca de los sucesos que allí tuvieron lugar en el siglo XVII, cuando se produjeron los más asombrosos hechos de la historia de la brujería. El sobrenombre de "Catedral del Diablo» le viene dado por ser escenario de aquellos ancestrales rituales paganos de culto a la Naturaleza.
La Santa Inquisición
La irrupción de la Santa Inquisición en estos parajes afectó a la mayoría de los vecinos del valle de Baztán y de los valles cercanos, ya que inesperadamente fueron acusados de prácticas heréticas. Con la aparición, en 1610, del inquisidor don Juan del Valle Alvarado, se inició una serie de pesquisas, de las que resultaron inculpadas del delito de brujería 300 personas adultas, sin contar niños y viejos. Los acusados fueron sádicamente interrogados hasta obtener información acerca de los más secretos detalles del aquelarre que allí se llevaba a cabo periódicamente.
La irrupción de la Santa Inquisición en estos parajes afectó a la mayoría de los vecinos del valle de Baztán y de los valles cercanos, ya que inesperadamente fueron acusados de prácticas heréticas. Con la aparición, en 1610, del inquisidor don Juan del Valle Alvarado, se inició una serie de pesquisas, de las que resultaron inculpadas del delito de brujería 300 personas adultas, sin contar niños y viejos. Los acusados fueron sádicamente interrogados hasta obtener información acerca de los más secretos detalles del aquelarre que allí se llevaba a cabo periódicamente.
La Brujas de Zugarramurdi
De esta forma se supo que desde 1608 se adoraba al Diablo en estos aquelarres en los que participaban tanto jóvenes como adultos, y a los que solían acudir desde los lugares más lejanos. Corrió la voz de que las brujas eran hermosas y que las ceremonias de los cultos paganos se mezclaban con el baile ritual, la ingestión de pócimas alucinógenas y de plantas afrodisíacas y que, finalmente, en una terrible explosión catártica, se realizaban colectivamente todo tipo de prácticas sexuales.
De esta forma se supo que desde 1608 se adoraba al Diablo en estos aquelarres en los que participaban tanto jóvenes como adultos, y a los que solían acudir desde los lugares más lejanos. Corrió la voz de que las brujas eran hermosas y que las ceremonias de los cultos paganos se mezclaban con el baile ritual, la ingestión de pócimas alucinógenas y de plantas afrodisíacas y que, finalmente, en una terrible explosión catártica, se realizaban colectivamente todo tipo de prácticas sexuales.
Culpables de brujería
Tras los primeros interrogatorios se apresaron a 40 personas inculpadas de máxima responsabilidad en los cultos diabólicos. Entre éstas se encontraban: la «Reina del aquelarre», Graciana de Barrenechea; el "Astia jefe» (el Brujo jefe del grupo), Miguel de Goíburu; "la tercera bruja en importancia", María Pérez de Barrenechea; el "verdugo-ejecutor", Joanes de Echalar; la 'hechicera" María Txipia; el "txistulari", Joanes de Goiburu; "el tamborilero", Juan Sansin y muchos otros.
Tras los primeros interrogatorios se apresaron a 40 personas inculpadas de máxima responsabilidad en los cultos diabólicos. Entre éstas se encontraban: la «Reina del aquelarre», Graciana de Barrenechea; el "Astia jefe» (el Brujo jefe del grupo), Miguel de Goíburu; "la tercera bruja en importancia", María Pérez de Barrenechea; el "verdugo-ejecutor", Joanes de Echalar; la 'hechicera" María Txipia; el "txistulari", Joanes de Goiburu; "el tamborilero", Juan Sansin y muchos otros.
Todos ellos fueron trasladados a las cárceles y cámaras de tortura de la Santa Inquisición que se encontraban en Logroño. La mayoría de ellos murió en los potros de tortura: y de los que aguantaron, los de mayor fortuna fueron condenados a prisión perpetua y el resto ardió en las piras de fuego, encendidas en el Auto de Fe del Santo Oficio, celebrado las noches del 7 y 8 de noviembre de 1610.
La regata del infierno
Como escenario de los ancestrales aquelarres, sobresalen las majestuosas cuevas que se encuentran situadas frente al prado de Berroscoberro, impresionante lugar donde se celebraba el ritual de fertilidad y de adoración al macho cabrío (Akerra). Por el interior de la galería de la gran cueva (hay otras adosadas más pequeñas) discurre el río Ipernuko-Erreka, que significa la Regata del Infierno, y cuya entrada a la cueva recibe el nombre de Sorguin-Leze o covacho de las "sorguíñas" o brujas.
El altar de la deidad
En este paraje también se puede visitar el «altar de la deidad", lugar donde se situaba la deidad encarnada en el macho cabrío para ser venerada. Otro de los emplazamientos clave se encuentra en un agujero natural sobre la roca, a modo de confesionario; era una especie de altar donde se colocaba el Aztia (gran brujo) y donde acudían los acólitos a confesar su comportamiento indigno.
En este paraje también se puede visitar el «altar de la deidad", lugar donde se situaba la deidad encarnada en el macho cabrío para ser venerada. Otro de los emplazamientos clave se encuentra en un agujero natural sobre la roca, a modo de confesionario; era una especie de altar donde se colocaba el Aztia (gran brujo) y donde acudían los acólitos a confesar su comportamiento indigno.
El bautizo de las brujas
También es objeto de gran interés la pila del Agua de las Brujas, instrumento donde todos los miembros del grupo que participaban en la ceremonia se purificaban mojando su cabeza (gesto mágico derivado del cristianismo): tras este lavado purificador, ya estaban preparados para asistir al aquelarre. Además, existen unas pequeñas cuevas adosadas, en forma de hipogeos, que servían de marco para llevar a cabo las «pruebas iniciáticas» que formaban parte del ritual.
Restos que perduran hasta hoy
En el mismo pueblo de Zugarramurdi todavía se alzan algunos de los viejos caserones del siglo XVII, en los que habitaron los protagonistas de los hechos, como la casa de Graciana de Barrenechea, la casa de María Pérez de Barrenechea, o la casa del pastor Miguel de Goiburu.
En el mismo pueblo de Zugarramurdi todavía se alzan algunos de los viejos caserones del siglo XVII, en los que habitaron los protagonistas de los hechos, como la casa de Graciana de Barrenechea, la casa de María Pérez de Barrenechea, o la casa del pastor Miguel de Goiburu.
En el cementerio de la localidad se alzan símbolos y claves paganas del animismo vasco, como lo son las estelas, que sirven de pie a las cruces, y otros esquemas megalíticos; de este modo, abundan las coronas perennes de hierro forjado, que corresponden a los ancestrales signos espirituales de los «euskal-dunaks», símbolos que por ser autóctonos se sobreponen a la símbología añadida posteriormente por el cristianismo. En las afueras de la localidad, rodeando al pueblo, aún existen diez "cruceros" que fueron plantados por la Iglesia para conjurar y proteger a los habitantes del poder del maléfico.
Los Aquelarres de Zugarramurdi
Las autoridades religiosas bendicen la tierra para que nunca más vuelva a aparecer la brujería por estos lares; pero la esotérica impronta de la región permanece en las gentes del lugar, que conmemoran el hecho asando un gran carnero y perdiéndose por las cuevas y cercanos bosques, émulos, inconscientes o no, de los antiguos rituales de liberación que habían sido los «Aquelarres de Zugarramurdi».
Actualmente, transcurridos casi 400 años desde que ocurrieron estos sangrientos hechos, se puede visitar aquellos hermosos paisajes, no sin advertir cierta sensación de inquietud que recorre eléctricamente la médula espinal.
Las autoridades religiosas bendicen la tierra para que nunca más vuelva a aparecer la brujería por estos lares; pero la esotérica impronta de la región permanece en las gentes del lugar, que conmemoran el hecho asando un gran carnero y perdiéndose por las cuevas y cercanos bosques, émulos, inconscientes o no, de los antiguos rituales de liberación que habían sido los «Aquelarres de Zugarramurdi».
Actualmente, transcurridos casi 400 años desde que ocurrieron estos sangrientos hechos, se puede visitar aquellos hermosos paisajes, no sin advertir cierta sensación de inquietud que recorre eléctricamente la médula espinal.
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