viernes, 20 de septiembre de 2013

Las Cuevas de Zugarramurdi: la catedral del diablo

Las cuevas de Zugarramurdi se encuentran en las afueras de la villa homónima, cerca de la frontera na­varro-francesa, en el valle de Baztán. Es conocida con el nombre de la Catedral del diablo.
 
Su leyenda tene­brosa arranca de los sucesos que allí tuvieron lugar en el siglo XVII, cuando se produ­jeron los más asombrosos he­chos de la historia de la brujería. El sobrenombre de "Catedral del Dia­blo» le viene dado por ser escenario de aquellos ances­trales rituales paganos de culto a la Naturaleza.
 
La Santa Inquisición

La irrupción de la Santa Inquisi­ción en estos para­jes afectó a la ma­yoría de los vecinos del valle de Baztán y de los valles cercanos, ya que inespe­radamente fueron acusados de prácticas heréticas. Con la aparición, en 1610, del inquisidor don Juan del Valle Alvarado, se inició una serie de pesquisas, de las que resultaron inculpadas del deli­to de brujería 300 personas adultas, sin contar niños y viejos. Los acusados fue­ron sádicamente interrogados hasta ob­tener información acerca de los más se­cretos detalles del aquelarre que allí se llevaba a cabo periódicamente.

La Brujas de Zugarramurdi

De esta forma se supo que desde 1608 se adoraba al Diablo en estos aquelarres en los que participaban tanto jóvenes como adultos, y a los que solían acudir desde los lugares más lejanos. Corrió la voz de que las brujas eran her­mosas y que las ceremonias de los cul­tos paganos se mezclaban con el baile ritual, la ingestión de pócimas alucinógenas y de plantas afrodisíacas y que, finalmente, en una terrible explo­sión catártica, se realizaban colectiva­mente todo tipo de prácticas sexuales.
 
Culpables de brujería

Tras los primeros interrogatorios se apresaron a 40 personas inculpadas de máxima responsabilidad en los cultos diabólicos. Entre éstas se encontraban: la «Reina del aquelarre», Graciana de Barrenechea; el "Astia jefe» (el Brujo je­fe del grupo), Miguel de Goíburu; "la tercera bruja en importancia", María Pérez de Barrenechea; el "verdugo-eje­cutor", Joanes de Echalar; la 'hechice­ra" María Txipia; el "txistulari", Joanes de Goiburu; "el tamborilero", Juan Sansin y muchos otros.
 
Todos ellos fue­ron trasladados a las cárceles y cámaras de tortura de la Santa Inquisición que se encontraban en Logroño. La mayoría de ellos murió en los potros de tortura: y de los que aguantaron, los de mayor fortuna fueron condenados a prisión perpetua y el resto ardió en las piras de fuego, encendidas en el Auto de Fe del Santo Oficio, celebrado las noches del 7 y 8 de noviembre de 1610.
 
La regata del infierno

Como escenario de los ancestrales aquelarres, sobresalen las majestuosas cuevas que se encuentran situadas fren­te al prado de Berroscoberro, impresio­nante lugar donde se celebraba el ritual de fertilidad y de adoración al macho cabrío (Akerra). Por el interior de la ga­lería de la gran cueva (hay otras adosa­das más pequeñas) discurre el río Ipernuko-Erreka, que significa la Regata del Infierno, y cuya entrada a la cueva reci­be el nombre de Sorguin-Leze o covacho de las "sorguíñas" o brujas.
 
El altar de la deidad

En este paraje también se puede visi­tar el «altar de la deidad", lugar donde se situaba la deidad encarnada en el macho cabrío para ser venerada. Otro de los emplazamientos clave se encuen­tra en un agujero natural sobre la roca, a modo de confesionario; era una espe­cie de altar donde se colocaba el Aztia (gran brujo) y donde acudían los acólitos a confesar su comportamiento indigno.
 
El bautizo de las brujas
 
También es objeto de gran interés la pi­la del Agua de las Brujas, instrumento donde todos los miembros del grupo que participaban en la ceremonia se pu­rificaban mojando su cabeza (gesto mágico derivado del cristianismo): tras es­te lavado purificador, ya estaban prepa­rados para asistir al aquelarre. Además, existen unas pequeñas cuevas adosa­das, en forma de hipogeos, que serví­an de marco para llevar a cabo las «pruebas iniciáticas» que formaban par­te del ritual.
 
Restos que perduran hasta hoy

En el mismo pueblo de Zugarramurdi todavía se alzan algunos de los viejos caserones del siglo XVII, en los que habi­taron los protagonistas de los hechos, como la casa de Graciana de Barre­nechea, la casa de María Pérez de Barrenechea, o la casa del pastor Mi­guel de Goiburu.
 
En el cementerio de la localidad se alzan símbolos y claves paganas del ani­mismo vasco, co­mo lo son las este­las, que sirven de pie a las cruces, y otros esquemas megalíticos; de es­te modo, abundan las coronas peren­nes de hierro forja­do, que correspon­den a los ancestra­les signos espiritua­les de los «euskal-dunaks», símbolos que por ser autóc­tonos se sobrepo­nen a la símbología añadida posteriormente por el cristianismo. En las afue­ras de la localidad, rodeando al pueblo, aún existen diez "cruceros" que fueron plantados por la Iglesia para conjurar y proteger a los habitantes del poder del maléfico.
 
Los Aquelarres de Zugarramurdi

Las autoridades religiosas bendicen la tierra para que nunca más vuelva a apa­recer la brujería por estos lares; pero la esotérica impronta de la región perma­nece en las gentes del lugar, que conmemoran el hecho asando un gran car­nero y perdiéndose por las cuevas y cercanos bosques, émulos, inconscien­tes o no, de los antiguos rituales de libe­ración que habían sido los «Aquelarres de Zugarramurdi».

Actualmente, transcurridos casi 400 años desde que ocurrieron estos san­grientos hechos, se puede visitar aque­llos hermosos paisajes, no sin advertir cierta sensación de inquietud que reco­rre eléctricamente la médula espinal.


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