martes, 15 de octubre de 2013

El sionismo y el nacimiento de Israel

El sionismo como expresión fue creado en 1886, por Nathan Birnbaum; tenía como fi­nalidad la reconstrucción de una patria nacional judía en Palestina.

Tomó su nombre del hebreo Sión, con el que se designa la colina de la parte noroeste de Jerusalén, donde se construyó esa ciudad y sobre la que se encontraba el templo de Salomón, que llegó a ser el símbolo de esta ciudad santa.

El origen del sionismo místico

Primeras migraciones judías modernas a Israel
El sionismo se organizó como movimiento ju­dío en el último decenio del siglo XIX y, como señala J.P. Alem, tiene dos fuentes fundamenta­les: la primera, de carácter permanente, salida de las profundidades místicas del judaismo, y la segunda, nueva y activa, de tipo político, nacida de los cambios y alteraciones producidos en la Europa de fines del siglo XIX, junto con la formu­lación de una nueva conciencia nacional judía.

Las raíces últimas del sionismo se encuentran, en primer lugar, en el sentimiento religioso y colectivo del pueblo judío, que ha animado y sustentado la difícil y agitada historia de este pueblo desde la antigüedad: en el sionismo místico.

La nostalgia de Sión inundaba el alma judía desde la destrucción del Templo y la primera dispersión, y durante los siglos de su exilio, el pueblo de Israel no perdió jamás la esperanza de una restauración de Sión. La Tierra Santa simbolizaba todas las esperanzas místicas y temporales del pueblo judío en el exilio, cuya plegaria y deseo principal era la reconstrucción de Jerusalén.

Un sentimiento común y la indisoluble trilogía

Los judíos dispersos por el mundo mantienen la unidad y el rigor de su religión y sus tradicio­nes, que tienen sus fundamentos en la lejana y perdida tierra del Israel, a la que se siguen con­siderando unidos. El fundamento mismo del ju­daismo es una indisoluble trilogía: Dios, Pueblo,Tierra. La destrucción del Templo y la dispersión ahondan más la conciencia de la Ley y la memo­ria de Sión en la vida religiosa y las instituciones haciendo que el recuerdo de Palestina perma­nezca como una realidad viva en la colectividad judía disgregada por el mundo, aunque unida por un sentimiento común.

Los primeros centros judíos en Palestina

Pero a lo largo de la historia, el pueblo judío pudo constatar las diferencias entre sus aspiraciones y la realidad de su existencia. Con carácter indi­vidual, algunos dirigentes religiosos intentaron en diversas ocasiones, durante estos tiempos difíciles, reunir a grupos afines en Tierra Santa y organizar centros judíos en Palestina, pero sin éxito; y al mismo tiempo las condiciones de vida de los judíos entre las sociedades europeas se iban deteriorando, entre crecientes dificultades y marginaciones, que configuran un latente antisemitismo.

El mesianismo judío

Escribe N. Weinstock que cada vez que en el pasado se amenazaron las bases de la vida social judía, lo precario de las condiciones de existencia se tradujo por su surgir de misticismo, que compensaba las miserias de la vida real con una huida en lo imaginario. Las tradiciones históricas de la religión judía, y principalmente las supervivencias arcaicas, tales como el con­cepto de pueblo elegido, debían favorecer en su interior la forma específica de mesianismo; y el mesianismo judío, que revistió formas múlti­ples, conoció un nuevo momento de favor en cada período de persecución.

Los primeros asentamientos

En este sentido, a finales del siglo XV, con ocasión de una doble circunstancia histórica, se consolida en Palestina una pequeña comunidad judía: primero, por la expulsión de los judíos de España en 1492, a lo que siguió una poderosa corriente mesiánica, y, segundo, por la ocupa­ción de Tierra Santa por los otomanos, cuyos sultanes protegen a las minorías judías.

Desde entonces, grupos judíos acudieron a Palestina, donde reviven diversas comunidades judías como en Jerusalén, Tiberiades, Hebrón y Safed, aunque con variada suerte; y en todo caso no se trataba de emigraciones, sino de peregrinaciones.

Intentos de colonización

Hubo a partir de entonces otras tentativas de instalaciones de judíos en Palestina, que queda­ron en proyectos o tuvieron escaso eco, y no alcanzaron el nivel de realización, como la de Joseph Nassi a mediados del siglo XVI, la procla­mación de Bonaparte en 1799, o la de Moses Montefiore a mitad del siglo XIX. Y también en este sentido puede incluirse la acción de la Alianza Israelita Universal, fundada en París en 1860, para favorecer la emancipación moral e intelectual de los judíos, y que en 1870 creó en Jaffa la escuela de agricultura de Mikueh-lsrael, en un intento de colonización de Tierra Santa.

Pero, en definitiva, todos estos intentos son empresas aisladas, animadas de una conciencia mística y del recuerdo de Sión, que sólo movili­zan a un escaso grupo de población y que en ningún caso alcanza el carácter de inmigracio­nes judías a Palestina. Como escribe J.P. Alem, sólo había unos 25.000 judíos en Palestina, entre 600.000 árabes, cuando en torno a 1880 el sio­nismo político, que en este momento actúa, se une al latente sionismo místico para crear un fuerte y organizado movimiento sionista.

Los orígenes del sionismo político

Entre 1862 y 1880, dos hechos de diverso carácter, pero relacionados en torno a una mis­ma cuestión, dan origen al sionismo político y a los planes de regreso a Sión, uniéndose a la corriente anterior del sionismo místico para ge­nerar un auténtico y universal movimiento sionis­ta; estos dos hechos son: la publicación del libro de Moses Hess, "Roma y Jerusalén" y el recrudeci­miento del antisemitismo en Europa con perse­cuciones de judíos.

Un estado judío en Palestina

Moses Hess, compañero de juventud de Marx y Engels, puede ser considerado como el primer teórico del sionismo. En 1860 escribió su obra "Roma y Jerusalén", donde hace una profesión de fe del sionismo, y que contiene por primera vez la idea de la vuelta del pueblo judío a su tierra ancestral, como una parte integrante y en el contexto de la expansión colonial europea, con la fundación de un estado judío en Palestina. Pero el libro y la idea de Moses Hess tuvieron escaso eco en su época.

Ola de antisemitismo en Europa

Fue la ola de antisemitismo que se extendió por Europa oriental y central principalmente des­de 1880-81 con las medidas contra los judíos, lo que replanteó la cuestión del regreso a Sión. Momentos de esta actitud antisemita fueron: el recrudecimiento del antisemitismo en Alemania en 1880, las agitaciones y persecuciones contra los judíos en el sur de Rusia en 1881, en más de cien villas y aldeas, pero en especial los sucesos de Kiev y de Odessa, las medidas dis­criminatorias contra los judíos en todo el Imperio zarista y la extensión de las masacres a Polonia y otros países de Europa central.

'Autoemancipación', el más poderoso manifiesto del sionismo

Del horror surgió el sionismo político, que extendió y generalizó la idea de la necesidad del regreso del pueblo judío a su hogar nacional: en 1881, Lilienblum, bajo los efectos de las primeras persecuciones, lanzó una llamada de vuelta a la antigua patria judía: en 1882, el médico de Odessa, León Pinsker, escribió 'Autoemancipación', el más poderoso manifiesto del sionismo, donde expone que la única solución del problema judío es la reagru­pación de los hijos de Israel en un territorio nacional independiente: los judíos deben autoemanciparse haciendo de su pueblo un pueblo como los otros, y de su nación, una nación como las demás, con una patria propia.

Los amigos de Sión

Con la idea de patria judía se organiza el sionismo político, y el movimiento va ganando extensión y amplitud por primera vez. Pinsker funda y entra en relación con otros grupos ju­díos, como los Amigos de Sión y Lilienblum, alcanzando difusión por Europa oriental y organizando actividades en Palestina, entre 1870 y 1896, con la fundación de colonias agrícolas por diversos grupos, como la Alianza Israelita Uni­versal.

Exponente de la expansión y ramificación del sionismo político en esta fase es la celebración en 1884, en Katowice, de una asamblea sionista organizada por los 'Amigos de Sión'; de ella surgie­ron los fundamentos de una asociación, de la que Pinsker fue presidente y Lilienblum secre­tario.

Teodoro Herzl y 'El Estado judío'

Surgen así el nacionalismo judío y su for­mulación política sionista, que son concepciones absolutamente nuevas, originadas en el contexto sociopolítico de la Europa oriental del siglo XIX; y la toma de conciencia nacionalista judía quedó circunscrita al judaismo del este europeo. En este contexto surge la figura y la acción del ideólogo principal del sionismo, Teodoro Herzl, auténtico organiza­dor del movimiento sionista, a partir de todo lo anterior.

En 1895 publicó el libro que sería decisivo en todo este proceso: 'El Estado judío'. Su tesis es sencilla: el antisemitismo, forma de odio racial, no puede eliminarse más que por la reorganización de los judíos en un centro autónomo, el Estado de los judíos. Y su conclusión es que la nación judía debe resurgir sobre un territorio propio. A diferencia de los es­critos sionistas precedentes, esta obra suscitó inmediatamente un vasto movimiento de interés y galvanizó a las masas judías de Europa oriental.

El Estado judío', de poco más de cien páginas, donde Teodoro Herzl desarrolla la idea del establecimiento de un Estado de los judíos, y expone todo su pensamiento sobre el asunto, consta de un prefacio, una introducción, tres partes o capítulos y una conclusión.

El contenido principal de su plan se encuentra en los tres capítulos centrales; en el primero, titulado Consideraciones generales, traza una sucinta perspectiva histórica de la cuestión judía y del antisemitismo, esbozando el proyecto de la Society of Jews y la Jewish Company, así como sobre el lugar del establecimiento de la patria judía: duda entre Argentina y Palestina y prefiere a ésta porque es nuestra inolvidable pa­tria histórica; los otros dos capítulos tratan res­pectivamente sobre todos los aspectos y carac­teres, organización y actividades de la Jewish Company y de la Society of Jews como bases de la formación del Estado judío; para terminar con una breve conclusión, en la que reitera la afirmación de que los judíos tendrán su Estado.

La actividad de Teodoro Herzl y las reaccio­nes suscitadas por su obra animaron un amplio y creciente movimiento sionista, que aglutinó las corrientes místicas con las tendencias políticas en favor de la creación de un estado judío en Palestina.

Dinamización del sionismo

Las iniciativas y acciones de Teodoro Herz dinamizan el movimiento: es necesario estable­cer un lazo entre los grupos judíos dispersos de la diáspora. Para ello, en 1897 creó un periódico, Die Welt, y en agosto del mismo año organizó e Primer Congreso Sionista Mundial en Basilea, al que asisten 200 delegados llegados de países de Europa, en especial de Europa oriental, don­de había suscitado una adhesión masiva, de América y Africa, y que constituyó la reunión, por primera vez, de una asamblea nacional judía de alcance mundial.

Organización Sionista Mundial

El Congreso adoptó el programa de Basilea resumido en esta frase: El sionismo tiene como fin crear para el pueblo judío un hogar en Pales­tina, garantizado por el derecho público. Se creó la Organización Sionista Mundial con Teo­doro Herzl como presidente.

De esta manera el sionismo se define ya como un movimiento esencialmente político, con un fin bien determinado que se propone alcanzar por medio de una acción y negociaciones políticas.

Para llegar a sus objetivos se elabora el pro­grama de Basilea, que contiene las siguientes medidas: la potenciación sistemática de la colonización de Palestina mediante el estableci­miento de agricultores, artesanos y obreros judíos; la organización y federación de todo el judaismo, a través de sociedades locales y fede­raciones generales, en la medida permitida por las leyes de los países en donde se funden; la reafirmación del sentimiento nacional judío y de la conciencia nacional del pueblo judío; y por último, gestiones preparatorias a fin de obtener de los gobiernos el consentimiento necesario para al­canzar el objetivo del sionismo.

Teodoro Herzl se dedica desde entonces a negociar con las potencias mundiales la obten­ción del territorio que permita la construcción del hogar judío, y para ello realiza gestiones y se entrevista con dirigentes de Alemania, Tur­quía, Rusia, el Vaticano, Italia y Gran Bretaña, pero sin lograr resultados positivos.

La creación de la banca colonial judía

Tras las celebraciones del Segundo y Tercero Congresos Sionistas en 1898 y 1899, en Basilea, se proyecta y organiza una banca colonial judia, junto con la constitución del Fondo Nacional Ju­dío, en 1901, con lo que se crean estas dos instituciones financieras al servicio del plan de Teodoro Herzl, al mismo tiempo que se extiende la acción y propaganda del sionismo a escala mundial, llegando a contar con una red de pode­rosas federaciones sionistas por todos los paí­ses.

El movimiento sionista crece, y al mismo tiem­po surgen diversas tendencias en su seno, entre religiosos y ateos, burgueses y socialistas, hu­manistas y políticos, así como posturas polémi­cas y críticas.

El sionismo ha adquirido tal desarrollo e impor­tancia que llega a ser una cuestión con la que tiene que contar la política europea; pero el ma­yor obstáculo para su consolidación continúa siendo la falta de un territorio donde asentar la colonización judía.

Localización del futuro estado

En estos años se suceden varios proyectos y propuestas de diversos países, sin descartar la tierra preferida de Palestina en ningún momento; en 1902, el Gobierno británico propuso al sionis­mo la colonización de la región de El Arish, en la península del Sinaí, que fue rechazada por inviable; algunos sionistas proyectaron la coloni­zación judía de Chipre, mientras otros, como N. Birnbaum, defendían la instalación sionista en países limítrofes de Tierra Santa.

El Quinto Congreso Sionista adoptó el principio del rescate sistemático de la tierra en Palestina, y creó en este sentido el Keren Kayémeth, que de­sempeñó un papel esencial; y con ocasión del Sexto Congreso Sionista, en 1903, se discutió el nuevo ofrecimiento hecho por el Gobierno británi­co, que prestó una especial atención al sionismo, de un territorio en Uganda para la colonización judía: aunque Herzl se mostró, en principio, parti­dario de aceptar, los sionistas euro-orientales lo rechazaron y acabaron por imponerse defendien­do la idea de que no hay sionismo sin Sión.

Disensiones y divergencias en el movimiento sionista
 
En 1904, el movimiento sionista es una reali­dad viva, pero las diferencias surgidas en el Sexto Congreso provocan disensiones internas y divergencias en el seno del sionismo, que se mantenían latentes; también en esta fecha murió Teodoro Herzl, a la edad de cuarenta y cuatro años, apareciendo como nuevos dirigentes del sionismo las figuras de I. Zangwill y Ch. Weizmann.

A pesar de la división interna que muestran las diversas corrientes del movimiento, el sionis­mo es ya en estos años la expresión política de un sólido nacionalismo judío, que dispone de estructuras políticas y de órganos financieros y económicos, y que se dirige con firme decisión hacia su territorio histórico.

La colonización progresiva de Palestina

Pese a su temprana muerte —44 años—, Teodoro Herzl pudo ver los pri­meros frutos de su doctrina. En 1904 trabajaban ya en Palestina unos 700.000 judíos, que sobre­pasarían los 100.000 tres años más tarde, tras la segunda aliyá (subida a Sión) provocada por los rusos posteriores al Domingo san­griento de 1905.

La tierra sobre la que se habían establecido estas primeras aliyás, Palestina, nunca tuvo unas delimitaciones geográficas muy definidas. Para los judíos, la Tierra prometida coincidía con los límites dados por la Biblia, muy diferentes en cada momento histórico; pero las fronteras evidentemente preferidas eran las de los imperios de David y Salomón, que por el norte llegarían al Eufrates; por el sur, hasta el mar Rojo, por el oeste, al mar Mediterráneo, y por el este, hasta bien dentro de la actual Jordania.

Los límites de esa Palestina a la que llegaban los judíos eran los fijados por el Imperio otoma­no. Fronteras políticas que no tenían mucho que ver con las naturales, que los geógrafos de prin­cipios de siglo fijaban, por el norte, en los mon­tes del Líbano y las colinas del Golán: por el sur, en el desierto del Sinaí; por el oeste, en el Mediterráneo, y por el este, en la actual Jorda­nia, hasta el límite donde llega la humedad del Jordán. Esto es: una región de 25.124 kilómetros cuadrados, dividida en dos por el río Jordán; al oeste, la Cisjordania, con 16.643 kilómetros cua­drados, y la Transjordania, al este, con 9.481 kilómetros cuadrados.

Palestina en el primer cuarto de siglo XX

En los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, las actividades sionistas se orientan en una doble dirección, que desembocarán en la creación del Estado de Israel: Por un lado, la colonización de las tierras de Palestina, con el progresivo asentamiento de inmigrantes judíos, en su mayoría procedentes de Europa oriental, que, como colonos, van a constituir el armazón social y colectivo del futuro Estado judío. Y, por otro, el reconocimiento internacional con la ob­tención del derecho al establecimiento de una patria nacional judía, que le será concedido por el Gobierno británico mediante la Declaración Balfour, en noviembre de 1917.

La población de Palestina hacia 1910 era una amalgama de pueblos, religiones y lenguas, cu­yo único nexo de unión era la convivencia, bas­tante pacífica, bajo las leyes otomanas. En esa época alcanzaba los 700.000 habitantes, de los que eran árabes unos 550.000; unos 100.000 eran judíos y el resto turcos, alemanes, france­ses y norteamericanos.

La influencia judía y su predominio en Palestina

Y si bien la población judía no sobrepasaba el 14% del total, componía el grupo más poderoso y definido de la región. Primero, por­que los judíos se concentraban en la Cisjordania (unos 600.000 habitantes en total), donde consti­tuían casi el 17% de la población. Segun­do: estaban bien organizados por el Sionismo y sus agencias, tenían un bagaje tecnológico y cultural muy superior a la población nativa y disponían de mayores medios económicos y del empuje de su ideología del retorno a Sión. Ter­cero, gozaban de la protección turca, fuente de muchos privilegios, pues Estambul se beneficia­ba de las inversiones sionistas en Palestina y, a la vez, jugaban la carta judía contra los primeros movimientos nacionalistas árabes.

Reflejo de esta fuerza sionista y de la protec­ción que gozaban los judíos es que en 1910 había en la zona de Jerusalén más de cien es­cuelas judías, cifra que duplicaba a los centros de enseñanza árabes de esa zona. La mayoría de los bancos, comercios y medios de comuni­cación importantes estaban en manos o bajo control judío e, incluso, el Gobierno turco había creado una sección de policía formada por judíos.

Según se ve, los judíos regresaban a la Tierra prometida con las actividades que les habían caracterizado en el mundo entero, desviándose de los propósitos que los ideólogos sionistas y presionistas habían preconizado: el cultivo de la tierra, aunque también en este campo comenzaron a destacar, ya que en vísperas de la Primera Guerra Mundial eran judías buena parte de las mejores explotaciones agrícolas de Palestina.

El kibbutz y las primeras manifestaciones árabes contra los judíos

Sin embargo, en este terreno los problemas eran graves para los inmigrantes judíos. Por un lado, muchos de ellos no estaban acostumbra­dos al cultivo de la tierra, por lo que pronto se dedicaron a actividades más lucrativas o más afines con su trabajo en el pais de origen o abandonaron Palestina. Por otro, las pequeñas explotaciones resultaban escasamente renta­bles, con lo que el agricultor sionista aislado terminaba cultivando la tierra con la misma po­breza de medios que los nativos. En cuanto a las grandes explotaciones, se decidieron pronto por la rentabilidad económica, en contra de los objetivos políticos, y contrataron mano de obra nativa, mucho más barata y mejor aclimatada.

Estas dificultades, más las teorías socialistas o marxistas —que muchos habían importado de sus lugares de origen— sobre explotaciones co­munales y cooperativas, dieron lugar a las pri­meras granjas colectivas, los kibbutz, donde los trabajadores compartían el trabajo, el alimento, las instalaciones y los beneficios.

El éxito fue inmediato. Se abarataron los cos­tes de producción, dispusieron de medios para adquirir maquinaria y diversificaron los cultivos. Antes del estallido de la Primera Guerra Mundial ya funcionaban en Palestina 14 kibbutz.

Pero la instauración de los kibbutz originó gra­ves problemas con la población nativa, ya rece­losa del poder que estaban consiguiendo los recién llegados. Los kibbutz dejaron a muchos obreros agrícolas sin trabajo y los bajos costes de su producción arruinaron a muchos propieta­rios, que hubieron de vender a las organizacio­nes sionistas sus tierras, sobre las que se asen­taban nuevos inmigrantes.

A esta época y, principalmente por esta cau­sa, corresponde la primera movilización árabe contra el sionismo. De estos años datan los pri­meros atentados terroristas, ciertamente muy aislados, que se conocieron en Palestina.

La Declaración Balfour

Una de las pocas cosas en que árabes y judíos están de acuerdo es que la política britá­nica sobre esta zona, en treinta años de influen­cia, fue siempre desacertada.

La historia británica en Palestina comienza con la Gran Guerra. Cuando el Imperio otomano se unió a los imperios centrales, sus ejércitos trata­ron de apoderarse del canal de Suez. En la vía de agua fueron frenados por un ejército británico y comenzó en el Sinaí una batalla de posiciones, convirtiéndose Palestina en la retaguardia del ejército turco.

Las leyes de guerra cayeron sobre la comuni­dad judía de Palestina, pues los turcos tomaron a los sionistas como aliados de los británicos. El empleo del hebreo fue prohibido en lugares pú­blicos, así como en letreros de calles y comer­cios. Los judíos en edad militar fueron enrolados en el ejército otomano o expulsados de Palesti­na. Algunos casos de espionaje judíos desenca­denaron persecuciones, encarcelamiento y eje­cuciones. Todo esto determinó que cuando con­cluyeron las hostilidades la comunidad judía de Palestina estuviera reducida a 50.000 personas.

La guerra resultó muy dura para Londres en Oriente Medio. Mientras en el Canal la situación era indecisa, un ejército anglo-indio, a las órde­nes de Townshend, fue aplastado por los turcos en Mesopotamia. En esos momentos se produce un acuerdo anglofrancés, conocido como Sykes-Picot —16 de mayo de 1916—, que pro­metía la independencia a los árabes si colabora­ban en la guerra contra Turquía.

Pero el acuerdo Sykes-Picot tenía un alcance muy superior, que por algún tiempo fue secreto. Por un lado, trataba de frenar el expansionismo ruso hacia el Mediterráneo y, por otro, Francia y Gran Bretaña se repartían parte de Arabia y Oriente Medio. Londres se reservaba Jordania, parte de Irak, de la Península Arábiga y del Golfo Pérsico, además de los puertos de Acre y Haifa. La parte francesa se componía del norte de Irak, Siria y Líbano. Palestina quedaría bajo una administración internacional.

Probablemente los árabes no hubieran com­batido contra los turcos con el mismo denuedo de haber conocido el total de los acuerdos, pero lo cierto es que contribuyeron a la victoria britá­nica, cuyas tropas entraban en Jerusalén a fina­les de 1917. Por cierto que con ellas marchaba un batallón de fusileros judíos voluntarios, que posteriormente aumentaría sus efectivos hasta 5.000 hombres.

En ese momento se produjo la declaración Balfour. ministro británico de Asuntos Exteriores, que el 2 de noviembre de 1917 escribía a Lord Rothschild:

Estimado Lord Rothschild: tengo sumo placer en comunicarle, en nombre del Gobierno de S. M.. la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones judío-sionistas. declaración que ha sido sometida a la consideración del Gabinete y aprobada por el mismo:

El Gobierno de S. M. contempla con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar na­cional para el pueblo judío y empleará sus mejo­res esfuerzos para facilitar el cumplimiento de este objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los de­rechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatuto político de que gozan los judíos en cualquier otro país.

Agradeceré que lleve usted esta declaración al conocimiento de la Federación Sionista. Suyo sinceramente. Arthur James Balfour.

Gran Bretaña, que no había mostrado simpatía alguna hacia el establecimiento sionista en Pa­lestina, apoyaba ahora la creación de un hogar nacional judío. Tal cambio puede atribuirse al apoyo económico de la banca judía al esfuerzo bélico anglo-francés: a las presiones de las co­munidades judías de los Estados Unidos, due­ñas de buena parte del dinero que estaba finan­ciando la guerra y las presiones de Caín Weiz-mann, máxima autoridad sionista de la época, jefe de los laboratorios militares británicos e inventor de algunas de las armas que se estaban utilizando.

Convivencia árabe y judía

Los árabes no reaccionaron contra la declara­ción Balfour. Un hogar nacional judio no era evi­dentemente un obstáculo para la existencia de un hogar o una patria palestina, ni para la buena convivencia de ambas comunidades, como había venido sucediendo en Palestina durante los últi­mos lustros y durante toda la historia del Islam.

Así. cuando se produjo el colapso de los im­perios centrales y llegó el final de la guerra, Weizmann logró negociar con Feisal. heredero del Jerife Hussein y representante árabe en las diversas conferencias que trataron de reestruc­turar el mundo salido de la guerra.

De tales negociaciones salió un tratado según el cual los árabes favorecían el establecimiento de los judíos en Palestina de acuerdo con la declaración Balfour: asimismo se hacían votos por la cooperación y mutua ayuda entre las dos comunidades.

Se desconocen las promesas hechas por Weizmann a Feisal para conseguir tal acuerdo, pero siempre se ha supuesto que el dirigente sionista prometió dinero al árabe para desarrollar rápidamente las tierras que iban a lograr su in­dependencia y apoyo político para frenar las aspiraciones que la familia Wahabita, acaudilla­da por el jeque Ibn Saud mantenía sobre el imperio del Hachemita Hussein.

El mandato británico

El fenómeno más sobresaliente del Man­dato británico en Palestina fue, sin duda, la inmigración judía entre 1920 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Esta inmi­gración, alentada por el movimiento sionis­ta y la Agencia Judía y precipitada por las persecuciones nazis, cambió totalmente la vida en Palestina: la composición del hábitat, la situación social, el régimen económi­co y la convivencia entre gentes de diferen­te religión y raza.

En el censo de 1922, la población estable­cida en Palestina era de 850.000 personas: 700.000 musulmanes, 82.000 judíos, 62.000 cristianos y 6.000 de otras religiones. El peso porcentual de los judíos y su importan­cia cualitativa no dejarían de incrementarse en los años siguientes.

Emigración masiva a Palestina

Los emigrantes judíos, que llegaban en­cuadrados en aliyás, solían ser jóvenes, hombres preferentemente, formados en es­cuelas de capacitación agrícola o curtidos en un bien experimentado trabajo familiar, como el artesanado o el comercio.

Procedían en su mayor parte de la URSS, de Lituania y de Polonia. Les movía una poderosa fuerza interior, una misión inapla­zable para el sionismo: la construcción del Estado de Israel.

Estos emigrantes eran recibidos en Pales­tina por una poderosa organización finan­ciada con dinero internacional judío, la Histadiut. Era una especie de organización sin­dical, que impartía una fuerte formación ideológica y servía como empresa comercializadora de productos y de adquisición de tierras.

La Histadrut se hacía cargo de los recién llegados. Les buscaba trabajo y alojamiento. Pero, también, se ocupaba de la puesta en marcha de las explotaciones agrícolas, co­mo el kibbutz o el moshav (2). Lograba pre­cios muy ventajosos para sus productos y podía ofrecer cantidades inusitadas en Pa­lestina por las tierras en que estaba in­teresada.

Deterioro en la convivencia

Esta inmigración causó sobre la pobla­ción palestina un efecto caótico. En aquella sociedad tradicional, escasamente culta, sin ninguna industrialización, con sistemas agrícolas arcaicos y prácticas comerciales obsoletas, la implantación judía provocó una crisis comercial y, sobre todo, agraria.

Los rendimientos logrados por los estable­cimientos agrícolas sionistas y por sus sis­temas de comercialización, arruinaron a muchos campesinos, que vendieron sus tierras y se convirtieron en braceros o emi­graron. Entre 1918 y 1945, las propiedades agrícolas judías pasaron se incrementaron a 152.110 hectáreas y se produjo en unos veinte años, ya que en 1939 se prohi­bió comprar tierras a los judíos, aunque se produjeron adquisiciones clandestinas.

La masiva afluencia de judíos y sus con­secuencias socioeconómicas de alta peligro­sidad política para el futuro, como ya vis­lumbraron los líderes árabes, determinó una conflictividad elevada que no siempre acer­taron a cortar las autoridades británicas. El deterioro de la convivencia en Palestina se agravó a partir de 1927-1928. Fuerte crisis económica, que obligó a muchos judíos a abandonar Palestina y a los árabes a buscar medios defensivos contra aquella invasión.

El nacimiento del comité árabe

Así nació el Alto Comité Arabe, que pre­sidió el Mufti de Jerusalén, Hadj Amin el Husseini, jefe espiritual y político de los palestinos. Su acción comenzó a ser impor­tante en 1929. Ese año promovió huelgas, motines, manifestaciones, desórdenes, ata­ques contra acuartelamientos británicos y contra colonias judías.

La reacción británica fue muy enérgica: capturó y desterró al Mufti y encarceló a cuantos halló culpables de intervención en las revueltas, pero no cortó el origen del conflicto. Así, en 1932 comenzó la denomi­nada quinta aliyá, de capital importancia para el futuro de Palestina.

Antes de iniciarse esta subida a Sión ha­bía en Palestina 1.035.281 habitantes; 759.712 eran musulmanes, 174.006 judíos, 91.398 cristianos y 10.101 de diversos credos.

La quinta aliyá, que llevó a Israel 217.000 judíos en sólo siete años, fue impulsada por el acceso de Hitler al poder (30 de enero de 1933) y la inmediata persecución nazi contra los judíos alemanes, primero, y, lue­go, austríacos y checoslovacos. Estas nacio­nalidades constituyeron el grueso de esa emigración a Palestina y sus componentes fueron los más cultos y, en general, los más ricos de los embarcados en la aventura sionista.

La comunidad judía crece vertiginosamente

Un 20% de esos emigrantes había pasado por las Universidades alemanas, austríacas o checas. Entre ellos había unos 1.000 médicos, 500 ingenieros, más de un millar de licenciados en derecho, filosofía o literatura y más de 2.000 técnicos en quími­ca, física, mecánica o agronomía. Llegaron millares de especialistas industriales e in­cluso se reunieron los suficientes músicos para formar una gran orquesta sinfónica, auspiciada por el gran violinista Hubermann

La comunidad sionista en Palestina cre­cía vertiginosamente y sus organizaciones lo hacían a ritmo similar. La Histadrut era la organización sindical más importante del Mandato, y el Mapai, partido predominante entre los judíos, la organización política con mayor fuerza. En ella destacaban líderes que luego adquirirían notoriedad mundial, como Chaim Weizmann o Ben Gurión..

Este creciente poderío en número e in­fluencia desató disturbios en Palestina a partir de 1935. Las conversaciones entre lí­deres judíos y notables árabes para limar asperezas no lograron progreso alguno. El sionismo no cedía en su propósito de con­vertir Palestina en el hogar nacional judío y los árabes no podían permanecer impasibles ante su continuo retroceso.

Tampoco Londres se desentendió del asunto y en 1936 envió una comisión. Enca­bezada por lord Peel, recomendó en su in­forme la división de Palestina en dos Esta­dos, uno árabe y otro judío. La potencia mandataria acogió favorablemente el conse­jo, pero hubo de archivarlo ante las protes­tas árabes.

En 1939, Gran Bretaña convocó una conferencia entre árabes y judíos, que no halló solución al problema. Agobiado por la pre­sión centroeuropea del nazismo, el Gobierno de Chamberlain terminó elaborando un Li­bro Blanco contrario a los intereses judíos y ligeramente favorable a las demandas ára­bes, pues trataba de limar asperezas con el mundo al que necesitaría en caso de con­frontación con Hitler.

El 'Libro Blanco' regula la emigración judía

El 7 de mayo de 1937 apareció el Libro Blanco, que regulaba la emigración judía a Palestina hasta 1944 y la cancelaba des­pués: Tras la entrada en Palestina de 75.000 judíos durante los próximos cinco años, la inmigración judía debe cesar, a menos que los árabes lo consientan. El Alto Comisario ha sido encargado de prohibir y de regla­mentar las transferencias de tierras. Se for­mará en el plazo de diez años un Gobierno permanente y representativo y los judíos estarán en el país en estado de permanente minoría.

La Agencia Judía emitió un informe con­trario que decía en uno de sus puntos: Es en la hora más sombría de la historia judía cuan­do el Gobierno británico propone privar a los judíos de su última esperanza y cerrar el camino de regreso a su tierra.

Evolución del sionismo

En estos primeros 40 años del si­glo, el sionismo había conseguido mucho más seguramente de lo que su fundador, Teodoro Herzl, se atrevió a soñar. Había enviado a Palestina más de 400.000 emi­grantes que se hallaban sólidamente esta­blecidos y protegidos por leyes internacio­nales. El 'Libro Blanco' era una gravísima amenaza, pero la Segunda Guerra Mundial estaba en marcha y cualquier cosa sería posible en medio de sus convulsiones.

Pero dentro del sionismo también existían tensiones, corrientes enfrentadas e, incluso, escisiones. La primera ruptura con las doc­trinas de Herzl fue temprana: en vez de dedicarse a la agricultura, como él había predicado, muchos pioneros prefirieron acti­vidades más clásicas y rentables en el pue­blo judío: el comercio y la banca. Ya en 1912, el filósofo Asher Ginzberg, patriar­ca del sionismo espiritual, escribía:

Debemos hacernos a la idea de que nues­tra población rural en la tierra prometida, aun cuando crezca hasta el límite de sus posibilidades, será siempre una población de la clase superior, una minoría muy culti­vada y evolucionada, cuya fuerza estará constituida por su inteligencia y su riqueza. No habrá una población de campesinos vi­gorosos. Con ello se altera la índole y la finalidad del sionismo, al extremo de que ya es imposible reconocerlo.

La fundación del Paole Sion —del que desciende el actual laborismo israelí— reencaminó a los inmigrantes al cultivo de la tierra, aunque las propias necesidades de la comunidad judía en Palestina se encarga­ron de demostrar que el sionismo sería inviable si se limitaba a ese aspecto. Hoy es evidente que no hubiera nacido el Estado de Israel de haberse compuesto con labra­dores la comunidad judía.

Unión mundial de revisionistas judíos

Una nueva crisis se produjo tras la Gran Guerra. En 1925, Vladimir Jabotinsky fundó la Unión Mundial de los Revisionistas ju­díos. Hasta entonces, pensadores y políticos sionistas estaban de acuerdo en que se lo­graría la plenitud con la fundación del Esta­do judío, del Estado sólo judío, y esto ocurri­ría cuando la situación lo permitiera.

Los revisionistas de Jabotinsky pensaban que la creación del Estado judío debía ser inmediata y ocupando ambas márgenes del Jordán, lo que equivalía, evidentemente, a la formación de un Estado judeo-árabe im­puesto por la fuerza. Para ello proponían la educación militar y nacionalista de la juven­tud, la restaura­ción de la Legión Judía y mayor actividad política exterior.

La polémica continuaba al estallar la Se­gunda Guerra Mundial. Las ideas revisionis­tas fueron pronto arrinconadas por los he­chos. Era evidente para la mayoría de los sionistas que se evitarían persecuciones co­mo la nazi si el Estado era sólo judío y contaba con garantías internacionales. Pero esa situación, muy clara en Palestina y aun en las perseguidas comunidades judías eu­ropeas, no era igual en Estados Unidos.

Ben Gurión en Estados Unidos

Allí llegó, en abril de 1942, David Ben Gurión, presidente del Comité Ejecutivo de la organización sionista. Las noticias que traía de Europa eran catastróficas. El espio­naje judío conocía los planes hitlerianos for­mulados en la conferencia de Wansee res­pecto a la solución final: reclusión de todos los judíos en campos de concentración, se­paración de sexos, aniquilación por medio de trabajos forzados, exigua alimentación y adecuado tratamiento para quienes sobre­vivieran a tales pruebas.

Ben Gurión conmovió a su auditorio con narraciones como la del desgraciado buque Struma, que logró llegar a la tierra prometi­da con 668 judíos. Allí fue controlado por las autoridades británicas, que impidieron el desembarque de los pasajeros y les devol­vieron a su punto de partida. El viejo Stru­ma naufragó en esa singladura y perecieron todos sus pasajeros.

El líder sionista había creado una gran expectación cuando reunió la Conferencia Sionista Extraordinaria el 11 de mayo en el hotel neoyorquino Biltmore. Allí, Ben Gurión consiguió que se apoyasen sus tesis: recha­zo del Libro Blanco, derechos judíos a tomar parte en el esfuerzo bélico aliado y crea­ción de una patria para los judíos una vez concluida la guerra.

El germen de las Fuerzas Armadas de Israel

Este programa nació con plomo en las alas. Muchos norteamericanos mostraban su reticencia respecto al tercer punto, supo­niendo, con toda lógica, que la formación de un Estado sólo judío en Palestina choca­ría con los intereses de la población árabe y con el panarabismo de los países circundantes y que sería causa de conflictividad futura. Por su parte, los ingleses no retiraron el 'Libro Blanco', aunque hicieron la vista gorda docenas de veces.

Lo que sí logró Ben Gurión fue mucho dinero para la causa sionista y que Wash­ington presionara sobre Londres para formar una unidad militar judía, lo que no era mu­cha concesión con los alemanes aproximán­dose a las fronteras de Egipto.

Efectivamente, se formó una brigada compuesta por unos 6.000 judíos, que com­batió contra los franceses de Vichy, en Siria, y contra los alemanes en Italia. Esta fuerza sería la base de la Haganah, ejército clandestino judío hasta 1948 y semilla de las Fuerzas Armadas de Israel.

La comunidad palestina durante la Segunda Guerra Mundial

La vida de la comunidad judía en Palesti­na durante la guerra estuvo atormentada por las noticias de los crímenes nazis y, hasta finales de 1942 por la amenaza militar alemana. Cuando Rommel llegó al Alamein en el verano de 1942, los judíos prepararon un plan de evacuación de ancianos y niños a Persia, mientras estudiaban la forma de combatir con todos los capaces de empuñar un arma.

Pasada esta amenaza, quedó la angustia por lo que pudiera estar ocurriendo a ami­gos, parientes o compatriotas en los campos nazis de exterminio o por los rumores y bulos sobre la llegada de buques cargados de inmigrantes clandestinos.

También hubo acciones terroristas, adies­tramiento militar secreto, robos de armas, encuadramiento de grupos de acción. El 6 de noviembre de 1944 fue asesinado en El Cairo lord Moyne, ministro británico de Estado, que en 1941 había sugerido la posi­bilidad de crear en Europa el Estado judío, oferta descartada rotundamente por los líderes sionistas. Se acusó del asesinato a los pistoleros judíos.

La deuda británica con la comunidad sionista

La situación económica judía en Palestina era boyante. Gran Bretaña compró durante dos años casi toda la producción palestina para satisfacer las necesidades de su ejérci­to destacado en el norte de Africa y conti­nuó las adquisiciones agrícolas masivas hasta el final de la contienda, hasta el pun­to de que en 1945 adeudaba a la comunidad sionista cerca de 100 millones de libras esterlinas.

La evolución del censo judío en Palestina fue escaso entre 1939, año en que entró en vigor el 'Libro Blanco', y 1948, fecha de la creación del Estado de Israel. En esos nue­ve años llegaron a Palestina 153.000 inmi­grantes judíos, cifra superior en 78.000 per­sonas a las disposiciones británicas.

Las autoridades sionistas pretendieron te­ner un millón de judíos en Palestina para cuando terminase la guerra y apenas logra­ron contar 600.000. El día en que partieron las tropas británicas, 14 de mayo de 1948, los judíos en Palestina eran aproximada­mente un tercio de la población del terri­torio.
 
El genocidio judío y la solidaridad de los aliados

Respecto a los judíos, la situación inter­nacional era de conmiseración y apoyo con­forme se iban conociendo los genocidios nazis. En los países americanos, en los Paí­ses Bajos, en Francia, en los países eslavos, se levantó un clamor en favor de los judíos.

En la propia Gran Bretaña, los laboristas de Attlee, recién llegados al poder, se mos­traron partidarios de la causa judía en Pales­tina. Irritados por el pangermanismo, que, en general, inspiraba las simpatías árabes, llegaron a hacer declaraciones en favor de una expulsión de los árabes palestinos a los países limítrofes.

En agosto de 1945, Truman pidió a Attlee que admitiera 100.000 judíos en Palestina de forma inmediata, y en diciembre, el Con­greso de Estados Unidos solicitó a Londres que abriera Palestina, sin restricción algu­na, a los inmigrantes judíos... Un mes antes se había formado una comisión anglo-norteamericana para estudiar de nuevo el pro­blema planteado en Palestina por el sio­nismo.

Rápidamente cambió la situación interna­cional y Londres mantuvo el 'Libro Blanco' en vigor. Independientemente de sus sim­patías, persistían sus intereses económicos y estratégicos, muy vinculados a los países árabes.
 
La vida en Palestina tras la gran guerra

En el interior, la vida en Palestina se com­plicaba. El terrorismo judío, fundamental­mente el del Irgun y el de Stern, se había adueñado de la calle. Puestos de policía, acuartelamientos militares, clubes de oficia­les, almacenes británicos, patrullas, todo cuanto prometiera un botín de armas, dine­ro o promoción política, eran los blancos elegidos.

La facción sionista ortodoxa, la que tejía complejas tramas internacionales para llegar al Estado de Israel por consenso mundial, estaba siendo rebasada por su derecha —Ir­gun— y por su izquierda —Stern— y, aun­que a veces debió condenar el terrorismo de ambas organizaciones, otras muchas se unió a ellas por medio de su Haganah o compitió con ellas en su lucha clandestina contra la metrópoli.
 
Los árabes pasan a la acción

En 1946, la lucha se generalizó. Los ára­bes, que habían asistido impotentes y estu­pefactos al incremento de la violencia entre judíos y británicos y que padecían los esta­dos de sitio impuestos por la potencia admi­nistradora, decidieron pasar a la acción activa.

En febrero se decretó en Palestina una huelga general. En mayo, jefes de Estado árabes reunidos en Egipto reafirmaron el carácter árabe de Palestina. En junio se re­unía la Liga Arabe en Siria, alcan­zando acuerdos contra los intereses nortea­mericano-británicos en sus tierras, caso de no ser atendidas sus reclamaciones sobre Palestina.

El ataque contra el Hotel Rey David

Ese año, el Irgun realizó el más importan­te atentado de su tremenda historia: la vola­dura del hotel King David, de Jerusalén, sede del Gobierno de Mandato británico y de su Estado Mayor militar. Fue el 22 de julio de 1946. En represalia a un asalto britá­nico a la Agencia Judía, que funcionaba en una legalidad consentida, de la que se lleva­ron comprometedores documentos, la Haga­nah permitió que el Irgun llevase a cabo esa operación, planeada con anterioridad.

Los comandos del Irgun introdujeron en botes de leche 250 kilos de dinamita y los colocaron en los sótanos del ala sur del hotel, simulando un suministro al Café Regence, que se hallaba en los bajos de esa zona. Los botes estaban dotados de un mecanismo de relojería y de un sistema que impedía su desactivación.

A las 12,10 de la mañana, los comandos del Irgun advirtieron de la colocación de los explosivos a la telefonista del hotel King David, a la redacción del 'Palestina Post' y al consulado francés en Jerusalén, A las 12.37 se produjo la tremenda explosión, que des­garró aquel ala del edificio hasta el tejado. Seis pisos de hormigón se desplomaron co­mo una tarta de merengue.

Más de 200 personas fueron afectadas gravemente por la explosión, y murieron 91 de ellas. Aún hoy es difícil de explicar por qué no fue evacuado el edificio.
 
Terrorismo judío

Las medidas policiales para frenar al Ir­gun fueron inútiles. Stern también contri­buía a la oleada de terror. La Haganah, aun manteniendo una postura menos belicosa, no desperdiciaba un minuto para incremen­tar sus arsenales y mejorar su adiestra­miento.

Millares de armas y cientos de miles de cartuchos eran robados. Cuando la policía británica capturaba a un terrorista no podía condenarle a muerte, porque los terroristas judíos capturaban oficiales ingleses y ame­nazaban con ahorcarles si les ocurría algo a sus compañeros.

Y así sucedió en varias ocasiones. Tras la ejecución de cuatro miembros del Irgun, esta organización asaltó la prisión de Acre, liberando a los prisioneros. Después de que ahorcaran a tres hombres suyos, el Irgun asesinó a dos suboficiales británicos, cuan­do ya en las Naciones Unidas se hablaba de la partición de Palestina.
 
Palestina en manos de las Naciones Unidas

Este era el panorama cuando, el 17 de febrero de 1947, Londres anunció que iba a entregar su Mandato sobre Palestina a las Naciones Unidas. El 28 de abril se abrió la sesión especial de la ONU sobre Palestina, asistiendo como invitados algunos miem­bros de la Agencia Judía.

El caballo de batalla de los debates que se sucedieron fue si el problema de Palesti­na estaba vinculado al problema judío o és­te era independiente de aquél. Aquel mun­do, anonadado aún por el genocidio nazi contra los judíos, no pudo separar ambos temas, de modo que formó un Comité Espe­cial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP), que dedicó dos meses a estudiar el problema sobre el terreno.

El 31 de agosto, el UNSCOP presentó su informe y dos planes. El primero proponía: a) la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío; b) la admisión en Palestina de 150.000 inmigrantes judíos; c) la abolición de la ley que impedía la compra de tierras en Palestina a los judíos.

El apoyo de los Estados Unidos y la URSS

El segundo plan, calificado de minorita­rio, sugería la formación de un Estado bina­cional, árabe-judío, con autonomía para ca­da sector. En ambos casos, se pedía el final del Mandato británico. En el primero, Jerusa­lén tendría un estatuto internacional y, en el segundo, sería la capital del Estado árabe-ju­dío. Los árabes rechazaron el informe y am­bos planes y amenazaron con la guerra si se llevaba a cabo la partición. Los sionistas se inclinaron por el primer proyecto.

Londres se manifestó contra las sugeren­cias del UNSCOP. Washington apoyó las aspiraciones judías: por entonces el presi­dente Truman necesitaba los votos judíos para ganar las elecciones de 1948.

Moscú apoyó decididamente las aspira­ciones sionistas. Su delegado en la ONU, Andrei Gromiko, invocó en la sesión del 26 de noviembre la histórica ligazón entre el pueblo judío y Palestina; los derechos sagra­dos de un pueblo a la supervivencia, tras veinte siglos de persecuciones y tras el ho­locausto provocado por los nazis.
 
La partición de Palestina
 
Tras cuatro días de tormentosas sesiones, el 29 de noviembre se acordó la partición de Palestina. Treinta y tres miembros, entre ellos Estados Unidos y URSS, votaron a favor; 13, en contra (Egipto, Siria, Líbano, Iraq, Arabia Saudita, Yemen, Afganistán, Pakistán, Irán, Turquía, India, Grecia y Cuba); 10 se abstu­vieron, entre ellos Gran Bretaña.

Esa partición otorgaba a los árabes la Franja de Gaza y una pequeña zona del Neguev, limítrofe con el Sinaí; parte de Ga­lilea, con más de la mitad del curso del Jordán, y una porción de terreno junto a las fronteras del Líbano.

Israel recibía una amplia franja mediterrá­nea, con los importantes puertos de Jaifa y Jaffa; la mayor parte del Neguev, con salida al mar Rojo y la franja oeste del Jordán, al norte del territorio. Jerusalén quedaba bajo control internacional.

En total, la partición entregaba a los ju­díos el 56% del territorio, 14.500 kiló­metros cuadrados, incluyendo en ellos el desierto del Neguev. A los árabes se les adjudicaba el 44% de Palestina, 11.383 kilómetros cuadrados.
 
Los países árabes en contra de la resolución: 'echaremos a los judíos al mar'

Totalmente contrarios a dicha partición, los pueblos árabes hicieron notar tanto antes como después de la votación que jamás aceptarían aquel juicio salomónico. Por los pasillos de las Naciones Unidas comenzó a pronunciarse en árabe una frase que ya ha perdido vigencia, aunque aún la formulan los dirigentes árabes más extremistas: echaremos a los judíos al mar.

La reacción judía fue, por el contrario, de enorme júbilo. Ciertamente las tierras que la ONU les entregaba no parecían demasia­do abundantes para congregar en ellas al pueblo judío, pero sí suficientes para los que entonces se encontraban en la tierra prometida y para acoger al medio millón de judíos que aún estaban desplazados como consecuencia de la Segunda Guerra Mun­dial.
 
Israel se prepara para la guerra

Por el contrario, los líderes sionistas no podían ocultar su preocupación por el inme­diato futuro: Gran Bretaña anunció que el 15 de mayo de 1948 terminaría su Mandato y los árabes habían comenzado ostensibles preparativos bélicos para cuando partieran los ingleses.

La guerra, pues,- parecía inminente y la Haganah inició una preparación intensiva para hacer frente al previsible ataque árabe. En esa época comenzaron a fabricarse en Palestina —naturalmente, en la clandestini­dad— algunos cañones de modelo anticua­do, morteros, ametralladoras pesadas y ar­mas individuales.

Por otra parte, los líderes del sionismo pidieron inútilmente armas a Estados Uni­dos y a la URSS, aunque finalmente Moscú sugirió al Gobierno checoslovaco que ven­diera algunas a los judíos. Francia también aceptó vender excedentes de la Segunda Guerra Mundial.

Antes de iniciarse el conflicto ya habían entrado clandestinamente varias docenas de cañones ligeros, ametralladoras y un mi­llar de fusiles. Puede decirse que a comien­zos de mayo de 1948 los judíos disponían de un armamento suficiente como para equipar de forma bastante completa a unos 45.000 hombres.
 
Palestina ante la inminente guerra

Entretanto, Palestina vivía la guerra. Los encuentros armados y los asaltos a aldeas o establecimientos eran diarios. Los ingleses apenas podían controlar la situación, autén­ticamente apabullados por la violencia de ambos bandos, sobre todo por parte de los judíos, que aprovecharon aquellos meses para aterrorizar a la población palestina y crear problemas a los ingleses.

En ese contexto aparece el primer grupo de guerrilleros palestinos, mandado por el cabecilla Fawzi-el-Kaukji, sostenido por la Liga Arabe. A las tropelías de este grupo respondieron con mayor brutalidad los terro­ristas judíos de Irgun y Stern.

En esta competición de la violencia resul­tó especialmente trágica la primera quince­na de abril de 1948: los palestinos incendia­ron y bombardearon durante la noche un kibbutz judío, originando media docena de muertos y una veintena de heridos, además de graves daños materiales.

El Irgun respondió con el acto más bárba­ro que se recuerda en Palestina: el 9 de abril cercó e incendió la aldea palestina de Deir Yessin, asesinando a los que huían de las llamas; el pueblo tenía unos 300 habitan­tes y, según la Cruz Roja Internacional, 254 murieron en aquella carnicería.

La réplica árabe no se hizo esperar: un convoy sanitario judío que marchaba hacia Jerusalén fue asaltado por los guerrilleros, que asesinaron a 76 personas, entre médi­cos, enfermeras y camilleros.

Entre los meses de enero y mayo, las dos comunidades enfrentadas comenzaron a to­mar posiciones de cara a la partición de Palestina, al cese del Mandato británico y a la eventual guerra. Toda la estrategia judía estuvo encaminada al sostenimiento de las tierras que la partición de la ONU les conce­dería y a mantener Jerusalén, ciudad cuya internacionalización ni judíos ni árabes deseaban.

Entretanto, los países árabes hacían lla­mamientos a los palestinos para que eva­cuasen los territorios ocupados por los ju­díos y evitaran encontrarse entre dos fuegos en las próximas hostilidades.
 
El éxodo palestino  

El éxodo palestino continuó hasta la crea­ción del Estado de Israel, dejando desiertas muchas aldeas. La mayoría de los beduinos del norte plantaron sus tiendas en la región concedida a los árabes o en el desierto del Neguev, suponiendo que la guerra no llega­ría a esta desolada zona.

Los judíos veían con alegría la partida de los palestinos; les evitaba temores de una quinta columna y limpiaba su territorio para el momento de la independencia. A eso ha­bía sido dirigido, en parte, su terrorismo, pese a que a última hora quisiesen cubrirse las espaldas ante la opinión pública internacional y lanzasen llamamientos a la pobla­ción palestina para que permaneciesen en sus hogares, garantizándoseles su seguri­dad.
 
El control de Jerusalén

En este período previo a la creación del Estado de Israel, la lucha se centró funda­mentalmente en el control de Jerusalén. La ciudad estaba rodeada de zonas pobladas por los árabes y dentro del territorio conce­dido por las Naciones Unidas a los árabes. Dentro de la ciudad, la población era prácti­camente similar en ambas comunidades, hallándose los barrios judíos entremezclados con los árabes.

La primera medida tomada por los pales­tinos fue incomunicar a los judíos de la ciudad con sus zonas, cosa que resultó rela­tivamente fácil. De cualquier forma, se logró mantener un pasillo abierto para el abastecimiento de los judíos a costa de un gran esfuerzo. Ese corredor, Tel Aviv-Ramle-Latrun-Jerusalén, sería el eje de la inmediata guerra.
 
El fin del mandato británico

El último mes de la presencia británica en Palestina fue caótico. Arabes y judíos se enfrentaban en guerra abierta, mientras los ingleses preparaban su partida sin adoptar una política bien definida respecto a la reso­lución de la ONU, lo que terminaría acarreándoles el reproche de todas las par­tes en conflicto.

La Comisión de las Naciones Unidas pre­sentó un informe el 10 de abril que decía: "... La Comisión no pudo modificar esta acti­tud que había adoptado el Reino Unido. Tuvo que avenirse a ella y, con el fin de que la vida continuase sin mayores pertur­baciones en Palestina después del 15 de mayo, hubo de negociar para adaptar sus planes a los del Gobierno del Reino Unido, que pensaba abandonar todas sus responsa­bilidades, negándose al mismo tiempo a prestar a la autoridad que le suceda todo tipo de ayuda que, en su opinión, equivalga a favorecer el cumplimiento de la resolución de la Asamblea... "

Los judíos también se sintieron perjudica­dos. Ben Gurión escribe: "... La Administra­ción de Palestina se estaba desintegrando, pero aún trataba, directa o indirectamente, de impedir o al menos poner trabas para que la comunidad judía se defendiera. Opo­niéndose a la decisión de la ONU, la admi­nistración se negó a abandonar el puerto de Tel Aviv el 7 de febrero; aunque su policía y su Ejército evacuaron la región de Tel Aviv, los barcos de guerra ingleses si­guieron navegando frente a sus costas."

Tampoco los árabes se callaron sus que­jas, pues aunque casi nunca se impidió a los comandos de liberación árabes la ocupa­ción de fuertes que las tropas inglesas iban evacuando, a veces las tropas británicas se divirtieron situando a igual distancia a ára­bes y judíos y viendo cómo ambos bandos se precipitaban hacia las fortificaciones y combatían por su ocupación.
 
La independencia de Israel

Así estaban las cosas cuando el 14 de mayo de 1948, víspera de la conclusión del Mandato británico, se reunieron en Tel Aviv los 13 miembros de la administración nacio­nal sionista para redactar la Declaración de Independencia.

El punto más debatido fue el de las fron­teras. Según unos, en la Declaración se de­bían precisar los límites del nuevo Estado, tal como habían sido especificados en la declaración de las Naciones Unidas; según los restantes, que terminarían imponiéndo­se, esa precisión estaba fuera de lugar.

La intención sionista era proclamar la in­dependencia de Israel en Jerusalén, mos­trando claramente que no renunciaba a la vieja capital judía. Sin embargo, la ciudad estaba cercada y el tránsito por el corredor mantenido por la Haganah era lento y peli­groso. Por tanto, se decidió realizar el acto en el museo de Tel Aviv.

A las cuatro de la tarde del mismo día se reunieron los miembros del Consejo Nacio­nal Judío, los representantes de la Organiza­ción Sionista Mundial, dirigentes de los par­tidos, rabinos, jefes de las organizaciones económicas y militares, artistas, literatos y periodistas, 200 personas en total.

David Ben Gurión leyó la Declaración de Independencia y después el primer mani­fiesto del Consejo, que, por virtud de la Declaración, se convertía en el Consejo Pro­visional del Estado.

Vencer o morir: el ataque árabe

A la 1 de la madrugada del día 15 de mayo abandonaba Palestina el alto comisa­rio británico, sir Alan Cunninghan, y no había amanecido todavía cuando comenzó el ataque de las fuerzas regulares árabes a lo largo de todas las fronteras del nuevo Estado, y cuando una escuadrilla de aviones egipcios lanzó las primeras bombas sobre Tel Aviv.

Por el norte iniciaron su ataque las tropas de Líbano, Siria y un cuerpo expedicionario de Iraq. Egipto lo hizo por el sur; Arabia Saudita, por el sureste, y la Legión Arabe del reino Hachemita de Jordania, mandada por el británico Glub Bajá, por el este.

Teóricamente, la resistencia de Israel hu­biera debido ser nula ante un ataque serio y bien combinado. Pero las tropas árabes actuaron sin coordinación alguna, sin orga­nización y buscando cada cual sus intere­ses. Esto explica que los judíos se mantu­vieran a la defensiva en todos los frentes, disponiendo siempre de tropas de reserva para taponar las brechas y de fuerzas móvi­les que golpearon a los árabes en sus zonas más débiles, haciéndoles retroceder a los lugares de partida o más allá de las zonas concedidas por la ONU a Israel.
 
Israel rechaza a las fuerzas árabes

Los árabes pagaban su improvisación, su alegría de iniciar aquella campaña como un paseo militar, menospreciando a las organi­zaciones armadas judías, cuya capacidad de lucha había quedado bien sentada en los meses precedentes.

Las fuerzas árabes disponían de aviones, tanques, artillería y armas más pesadas y abundantes que sus enemigos; pero si nu­méricamente eran muchos más, ni su técni­ca ni su coraje estuvieron a la altura de sus declaraciones preliminares.

Arabia Saudita apenas llegó a tomar par­te en la guerra; sus tropas penetraron en el desierto del Neguev y fueron rechazadas. En Ryad pensaron que tenían suficiente de­sierto en su país como para combatir por otro.

Líbano fue primero rechazado en el norte y, en una segunda fase, los judíos ganaron el territorio palestino de esa frontera. Sirios e iraquíes fueron frenados en el Golán y el Jordán, estableciéndose una guerra de posi­ciones en la que los judíos lograron ganan­cias territoriales y, sobre todo, una rectifica­ción importante en los límites marcados por la ONU.
 
Egipto y Siria llevan el peso de la guerra

Así, muy pronto, fueron egipcios y jordanos quienes soportaron el peso de la guerra. La Legión Arabe, adiestrada y mandada por ingleses, llevó la mejor parte en los enfrentamientos con los judíos, logrando hacerse con el control de toda la ciudad vieja de Jerusalén, y rechazando los ataques judíos contra las zonas que la ONU había adjudica­do a los palestinos. Sin embargo, los judíos lograron ensanchar a costa de encarnizados combates el corredor que unía Tel Aviv con la ciudad nueva de Jerusalén.

Los egipcios comenzaron, arrolladoramente, acercándose a Tel Aviv y Jerusalén, pero pronto quedaron frenados en una guerra de posiciones.

Así llegó el alto el fuego, logrado por la ONU el 11 de junio, tras cuatro semanas de guerra. Allí no había vencedores ni venci­dos; sin embargo, los judíos se considera­ban moralmente ganadores, pues no fueron arrojados al mar, como habían predicho los árabes; más aun, habían logrado ensanchar su territorio.

Los árabes tomaron la tregua como un alto en la lucha, como un respiro para reor­ganizarse. Pero en esta ocasión el tiempo trabajaba a favor de los judíos, que en las cuatro semanas de tregua recibieron varios millares de voluntarios judíos de todo el mundo, así como 100.000 fusiles checos, un millar de ametralladoras de varios cali­bres, dos docenas de tanques y una de aviones.

En su mayoría era material de la Segunda Guerra Mundial, adquirido a los traficantes de armas; pero permitió a Israel organizar un aguerrido ejército de unos 50.000 hom­bres.

Combatientes judíos en la guerra de 1948
 
El 9 de julio se reanudaron las hostilida­des, con resultados muy favorables a Israel. Los débiles ataques libaneses, sirios o ira­quíes fueron contenidos en las líneas de la primera tregua, recayendo ahora el empuje israelí sobre la Legión Arabe, que hubo de ceder en algunos puntos de la delimitación de la ONU, ensanchando los judíos el estre­cho corredor costero que les había sido adjudicado y ganando algunos territorios en torno al largo de Tiberiades.

Fueron diez días de lucha feroz, los más duros de toda la guerra, porque los enfrentamientos corrieron a cargo de los mejores ejércitos que había entonces en Oriente Medio, la Legión Arabe y la Haganah, que ya se había convertido en Tzahal, o Ejército regular de Israel. El día 19 la ONU logró una nueva tregua.

Quizá hubiera sido el momento de nego­ciar la paz entre árabes y judíos, pero Tel Aviv no quiso saber nada del asunto. Los egipcios controlaban las comunicaciones del Neguev, donde resistían algunas aldeas judías cercadas desde hacía más de un mes.
 
El ejercito israelí a las puertas de El Cairo

El 14 de octubre, Israel reanudó las hosti­lidades, esta vez dirigidas esencialmente contra Egipto. La suerte de la guerra estaba echada, porque los judíos disponían de dos docenas de aviones, medio centenar de tan­ques, unos 200 cañones y un ejército regu­lar de 60.000 hombres. Frente a ellos, Egip­to apenas disponía de, 25.000 soldados y sus aprovisionamientos debían atravesar el Sinaí, mientras los judíos luchaban en su propio país.

El Ejército egipcio comenzó a retirarse a sus bases del Sinaí, dejando en el Neguev, aislado, la posición de Faluja, mandada por el coronel Taha, a cuyas órdenes estaba el comandante Gamal Abdel Nasser.

Aprovechando su ventaja, Israel continuó la guerra y penetró en el Sinaí, dispuesto a rechazar a los egipcios hasta su base de El Arish y a adueñarse de Gaza.

Lo habrían logrado de no ser por la inter­vención de Estados Unidos, cuyo embajador en Tel Aviv, James Mac Donald, transmitió a Ben Gurión el ruego del presidente Truman de que evacuase inmediatamente el Sinaí. Simultáneamente, Egipto pidió el armisticio.
 
Israel amplía su territorio

El balance de la guerra era penoso para todos los bandos. Israel había logrado la victoria militar, ampliando en casi 3.000 ki­lómetros cuadrados el territorio que la ONU le había concedido; mas no pudo conquistar la ciudad vieja de Jerusalén, su gran sueño, y tenía que lamentar 5.000 muertos y no menos de 15.000 heridos.

Los árabes tenían un número doble de bajas y pérdidas territoriales —tierras de los palestinos, naturalmente—; pero lo más humillante era la derrota frente a aquel mi­núsculo Estado. Entre los árabes, sólo Jor­dania resultó beneficiada, porque tomó bajo su administración la parte más grande que la ONU había otorgado a los árabes de Pa­lestina y logró conservar la ciudad vieja de Jerusalén.

En los primeros días de 1949 se iniciaron en la isla de Rodas las negociaciones del armisticio, bajo la mediación del doctor Ralph Bunche. Los Estados árabes fueron firmando con Israel en breves intervalos. Egipto fue el primero, el 24 de febrero; el segundo, Líbano, el 23 de marzo; le siguió Jordania, el 3 de abril, y el 29 de julio firma­ba Siria. Iraq se negó a hacerlo y Arabia Saudita había participado tan poco en la contienda que no se tomó la molestia de declarar ni de firmar la paz.

En los armisticios firmados, ambas partes se comprometían a mantener la paz, a no preparar agresiones contra las fuerzas arma­das o la población civil de la otra parte firmante del acuerdo, a no violar las líneas fronterizas marcadas por el armisticio y a someter al secretario general de la ONU cualquier modificación de lo pactado en Rodas.

Las simpatías internacionales estuvieron en aquel conflicto junto al nuevo país. Gran Bretaña, sin embargo, apoyó inicialmente a los árabes, suministrándoles armas y negán­dose a venderlas a Israel. Los Estados Uni­dos lograron, ya mediada la guerra, que se embargasen todos los envíos de material bélico al Próximo Oriente.

Washington permaneció neutral. Sólo in­tervino para impedir una completa derrota egipcia y la anexión de la Franja de Gaza por Israel. Sin embargo, la rica comunidad judía norteamericana proporcionó a Tel Aviv más de 50 millones de dólares, que sirvieron para comprar material bélico en los mercados internacionales.

La Unión Soviética también se mantuvo neutral, pero permitió y aun gestionó que los países comunistas vendieran material bélico a Israel. En la segunda fase de la guerra, las armas checas fueron fundamen­tales para la ventaja judía.
 
Sin duda alguna el nacimiento de Israel al igual que su historia está llena de sangre por poseer un territorio que ambas comunidades consideran como suyo. Un conflicto que dura todavía hoy, en pleno siglo XXI.

 

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