"Rusia está señalada por el cielo para guiar los destinos de la mitad del globo”, decía Tocqueville. Ya desde Napoleón, su potencia militar se basaba en su tamaño y, a partir de la 2ª Guerra Mundial, además del tamaño, su fuerza se basó en su alto grado de preparación y en una tecnología puntera. Al día de hoy, el ejercito rojo es un ejército roto en vías de reparación.
Aunque diferentes medios de comunicación afines a Putin afirman lo contrario, lo cierto es que el poderío militar soviético de antaño nada tiene que ver con su estado actual.
Como muestra un botón: la flota rusa sólo tiene hoy 135 submarinos frente a los 323 con que contaba en tiempos de la URSS. Y según los expertos, apenas una veintena están listos para entrar en combate. Así sucede en la Base naval de Kronstadt, cerca de San Petersburgo, donde la flota submarina sigue teóricamente operativa pero muy afectada por los drásticos recortes en el suministro de combustible. Además, viejos sumergibles de los años 60 se oxidan en el dique seco sometidos a interminables reparaciones.
El ejercito del aire: pájaros de papel
No solo la armada rusa sufre recortes en el combustible. Los pilotos de combate del popular MIG 29 han disminuido drásticamente el tiempo de sus vuelos de entrenamiento para ahorrar queroseno e incluso oxígeno. De las 100 horas anuales que precisan para un entrenamiento óptimo, apenas cubren 30 horas. Una aviación en tal estado que, según el experto británico Charles Dick, un jefe militar desesperado compró 26.000 toneladas de combustible con su crédito personal. En Kamchatka, apenas se vuela en prácticas seis veces al año. Hay bases donde las maniobras de tierra se practican con aviones de cartón, portados por los propios pilotos..
Asimismo, el gobierno ha vendido durante la última década 1.250 MiG 29 –considerado el mejor caza del mundo– a países como Alemania, India, Malasia y Perú, Actualmente, los propios rusos sólo tienen 498. Algunos de ellos, se pudren en tierra por falta de repuestos y combustible.
El soldado ruso y sus circunstancias
Pero la crisis en el ejercito no afecta solo a la maquinaria de guerra. Los militares de alto y bajo rango también sufren carestía. Aun así, y a pesar de su dureza, las tres comidas diarias de las escuelas de oficiales del país, han disparado las solicitudes entre los jóvenes rusos que se enfrentan a una vida civil sin muchas expectativas.
La situación es mucho peor para la tropa, además de la familiarización con el mítico fusil Kalaschnikov y clases de historia militar que ensalza a los héroes de la madre Rusia, los soldados se enfrentan, como los del regimiento de Infantería de Riazan y otras unidades de choque, al cultivo de sus propias huertas y a la explotación de pequeñas granjas privadas para cubrir sus necesidades. Para obtener liquidez, los soldados revenden su producción en los mercados locales a cambio de unos rublos o de algún producto. Desgraciadamente, esta autosuficiencia no existe en algunas unidades rusas de Extremo Oriente, que se hallan en una situación de miseria y hambre.
Los orígenes de la precariedad del ejercito
Este trueque entre soldados y civiles no es nuevo: en 1996 unidades cercanas a Moscú recibían su paga en coles. Y lo mismo en Kaliningrado, cuyas unidades ayudaban a descargar carbón; o los cadetes de la Academia de Romenskoye: éstos cambiaban zanahorias por otros productos. Y es que, en el nuevo sistema de mercado capitalista, era paradójico la vuelta a la economía de trueque para sobrevivir.
La caida del muro y de la Union Soviética
Pero ¿Cómo se llegó a esta situación? Todo empezó en 1990. En tiempos de Gorbachov abandonaron el Este europeo 500.000 soldados y 200.000 oficiales. Se replegaron hacia Ucrania y Bielorrusia, donde dejaron miles de tanques, bombarderos y sus mejores cazas. Pese a la independencia báltica, las tropas siguieron allí –alegando la protección de las minorías– dando tiempo a localizar viviendas en Rusia para los repatriados rusos y sus familias.
Los suicidios, según el Fiscal Militar, afectaban de enero a agosto en 1996 a 430 oficiales. No había cifras de soldados sin moral o alimentos, incapaces ya de ganar guerras pequeñas, como la de Chechenia, donde la aviación rusa bombardeó en 1994 a sus propias tropas dentro de Grozni.
Mientras, la nueva economía de mercado agregaba una inflación galopante a los problemas de centenares de miles de oficiales sin casa ni ocupación. Sus salarios se multiplicaban, pero por cero. Un general cobraba un tercio de la paga de un trabajador no especializado y los soldados se buscaban la vida legal o ilegalmente para ganar un sobresueldo.
La llegada de Putin: primeras reformas
Lentamente, los 2,7 millones de soldados que había en 1992 se convirtieron en 1,27 millones a principios del siglo XXI. Actualmente, las divisiones están entre el 30 y el 50% de sus efectivos, en gran parte causado por la independencia de las repúblicas asiáticas soviéticas.
Con la llegada de Putin la situación ha ido cambiando paulatinamente; se ha conseguido reducir al 7% PIB el gasto militar desmovilizando a 300.000 hombres que la economía rusa no podía sostener. Se ha controlado bastante la venta de armas ilegal por parte de miembros del ejército –10 dólares una granada de mano; 80, un bazoka – con fuertes penas de cárcel para los infractores,
Además, Putin ha conservado la “mili”obligatoria. Un oficial cobra en la actualidad unos 350 dólares al mes... si está - eso sí- destinado en la periferia, donde se localizan sus enemigos naturales .
La salida del túnel aun está lejana pero hay que reconocer que poco a poco las cosas van cambiando, en parte por la llegada de naciones nuevas compradoras de armas, como Israel o Colombia, que se suman a sus tradicionales compradores de armamento procedente del arsenal soviético. Gran parte de lo que vende la empresa Promexport procede del sobrante militar doméstico. Con esos fondos se está entrenando para trabajos civiles a los oficiales que van a ser forzosamente licenciados con cursillos rápidos en Kaliningrado y se han optimizado los recursos para devolver al ejercito ruso su potencial de antaño.
El sueño imperial
Y es que, como dice el general Aleksander Lebed, admirador de Pinochet, héroe de Afganistán y defensor de la ley y el orden, “Rusia ha sido y seguirá siendo un imperio”.
Ese sueño imperial sobrevive en el cuerpo de cadetes que se prepara desde los 11 años en escuelas militares infantiles. Sólo un tercio de ellos son hijos de oficiales. El resto quiere servir a la Madre Rusia.
Heredan la red de escuelas Suvorov, existentes bajo el comunismo, para muchachos entre los 15 y los 18 años. Ahora se llaman campos de vacaciones; pero se entrenan en tiro, vuelo sin motor, paracaidismo o esquí. Si quieren ir a una escuela de oficiales, ese entrenamiento les valdrá puntos. Si no, serán suboficiales en la mili obligatoria. Eso sí, en los cuerpos de cadetes reciben además, clases de historia, baile o equitación. Como en tiempos del Zar.
El desmantelamiento de la URSS y el arsenal nulear
Stephen Sastanovich, del Centro Carnegie para el Mantenimiento de la Paz Internacional, dice que ayudar a desmantelar el poder militar de la URSS sólo crea resentimiento. “Es mejor reorientarlo”, añade. Porque el nacionalismo odia a la democracia por destruir Rusia, al capitalismo por venderla y a Occidente por ayudar en la operación. Y si Rusia sólo tiene armas nucleares para contestar a un peligro, el mundo corre otro peligro. Porque el arsenal nuclear está intacto.
Según el Natural Resources Defense Council americano, además de 12.000 ojivas nucleares por desmantelar, hay casi mil en misiles intercontinentales, 1.888 en aviones estratégicos, 440 en submarinos y 4.400 de corto y medio alcance.
Afortunadamente, los misiles ya no apuntan a Occidente. Las cabezas están desconectadas
y la alerta ha desaparecido. De momento, solo de momento...
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